Las cosas del campo (fragmento)José Antonio Muñoz Rojas
Las cosas del campo (fragmento)

"La noche antes nos lo imaginábamos viniendo por las realengas entre los demás de la piara, el que había de ser nuestro borreguillo pascual, la alegría de nuestras primaveras. No dormíamos. Noche larga, noche de albos vellones, de balidos cándidos, de esperanza y angustia, de miedo a que no acabara nunca. Porque la noche podía no acabar, y no llegar la mañana, y nosotros quedarnos sin nuestro borrego. Y eso era lo peor que podía pasar en el mundo. Oíamos todas las horas bajar lentas del reloj, rodar y extenderse por la noche. Se hacía largo y quebradizo el puente de hora a hora. No acababa nunca. Por fin, las dos. Todavía quedaban siete horas inacabables. Ya a la madrugada venía un sueño incoercible que nos plantaba ante la luz de la mañana recién hecha.
[...]
Andaba por la tierra. Era un animalillo gris, algo menor que un garbanzo, todo de conchas pequeñas, que encajaban divinamente unas con otras. Estaba muy bien hecho. Nosotros no teníamos más que tocarle con una briznilla de hierba y se hacía una bola. Parecía bicho humilde y muy ocupado. En cuanto lo dejábamos en paz seguía su camino. Debía tener mucho que hacer. Le llamaban la cochinita. Era uno de nuestros amigos del jardín. Con las hormigas no había que contar. No se detenían nada, no se podía jugar a nada con ellas. Matarlas o dejarlas. Además picaban.
Había muchos insectos. Unos se veían y otros se oían. Unos daba horror verlos, como los ciempiés o las lombrices. Otros gusto, como las libélulas, los tabarros. Los tabarros eran felices con la fuente. Se encaramaban en una hoja, hacían de ella barco y allá iban a la felicidad. Se remontaban. Del agua al aire, del aire a sus casitas, en los tejados, tan bien hechas. Luego estaban las santateresas, arrodilladas, verdes, dedicadas a algo superior que no era lo de todos los insectos. Aparecían inesperadamente, se quedaban, a lo mejor mucho tiempo, estáticas. ¿Por qué? "



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