Monja y casada, virgen y mártir (fragmento)Vicente Riva Palacio
Monja y casada, virgen y mártir (fragmento)

"Doña Luisa, la mujer del comerciante don Manuel de la Sosa, era sin disputa una de las más bellas y elegantes damas de la ciudad.
Nadie había conocido a sus padres, y de la noche a la mañana, como decía el vulgo, don Manuel apareció casado con ella, celebrando con gran suntuosidad sus bodas. El marido contaba a sus amigos que Luisa era española y que al llegar a Veracruz la enfermedad le había arrebatado en una semana a sus padres, grandes amigos de don Manuel; que ella le había escrito, él la había mandado traer para que no quedase abandonada y que luego, mirándola tan bella y tan buena, la había hecho su esposa. Luisa, además, era, al decir de don Manuel, perteneciente a una familia noble de Extremadura.
Aunque todo esto tenía mucho aire de novela, el público lo creyó por lo mismo que el público es más afecto a creer lo maravilloso que lo natural, y, además, porque a los ricos se les cree muy fácilmente lo que dicen, y don Manuel, si no lo era, pasaba la plaza de tal.
Vivieron así algunos años sin tener hijos, y Luisa ostentando un lujo asiático. Apenas los ricos cargamentos que llegaban por Acapulco en la nao de China se anunciaban en México, Luisa se apresuraba a comprar.
Soberbios pañolones bordados, telas finísimas de nipis, tibores y jarrones fantásticos, vajillas de porcelana, adornos y juguetes de plata y de marfil, todo lo más valioso y lo más escogido iba con seguridad a parar a la casa de don Manuel de la Sosa.
Los comerciantes hacían entre sí el balance de los capitales de Sosa, que ellos poco más o menos conocían, y aquellos capitales no alcanzaban para el lujo de su mujer; pero ella pagaba cada día mejor, y en atención a esto, los comerciantes acababan por convencerse de que no es bueno formar juicios temerarios.
El pueblo, menos escrupuloso, comenzaba a murmurar de la honestidad de las relaciones de Luisa con don Carlos de Arellano, a quien todos llamaban el mariscal, y con el rico propietario don Pedro de Mejía.
En este estado iban las cosas en el punto en que volvemos a tomar el hilo de nuestra historia.
En una soberbia cámara, Luisa, sentada en un sitial cerca de una ventana, dirigía de cuando en cuando indolentes miradas a la calle. Esperaba; pero sin empeño, sin deseo, sin impaciencia. "



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