En el país de la mentira desconcertante (fragmento)Ante Ciliga
En el país de la mentira desconcertante (fragmento)

"Hacia mediados de julio me transfirieron a una galería común situada en el cuerpo principal del edificio, encima de la puerta principal. Había tres plantas de salas comunes. Allí las condiciones de vida eran completamente diferentes a las de las galerías de al lado. La sala a la que me llevaron estaba acondicionada para veintitrés prisioneros. Había veintitrés camas de tela de tienda que por el día se plegaban a lo largo del muro. Pero en los tres meses que estuve allí nunca hubo menos de ochenta detenidos en la sala. Algunos días la cifra se elevó a ciento diez. ¿Cómo nos poníamos? Había dos filas de mesas en medio de la sala, una parte de los detenidos cogía sitio en torno a las mesas, el resto se sentaban a lo largo de las paredes, sobre las camas o los bancos. Por las noches los detenidos colocaban los colchones que durante el día se guardaban al final del pasillo. No era fácil colocar cien colchones en la sala. Veintitrés personas ocupaban las camas, otras veintitrés ponían sus colchones bajo las camas, otras los ponían sobre las mesas y bancos, y por último otros se acostaban bajo las mesas y las banquetas y en las esquinas que quedaban “libres” en la sala, empezando por la puerta y terminando en los lavabos, que estaban en la otra punta de la sala. Se iban turnando los distintos sitios, por orden de antigüedad: primero te tocaba el suelo, luego las mesas y los bancos, y luego ya las camas. Los que estaban en el suelo se renovaban frecuentemente; los que se instalaban en las camas eran la población permanente de la sala. En los tres meses de estancia allí no llegué a dormir en las camas, aunque a veces se podían “comprar” por entre cinco y veinte rublos.
Dos veces al mes nos llevaban a las duchas, que estaban en el mismo edificio. Era una habitación con algunos bancos, una decena de barreños y grifos de agua caliente y fría. Nos llevaban por grupos y nos dejaban veinte minutos para nuestro aseo.
A pesar del hacinamiento de los prisioneros, generalmente no había piojos. Lo que sí había eran chinches, pero no nos preocupaba. La alimentación era igual que en las celdas. Fue entonces cuando aprendí que los presos políticos tenían un régimen especial. En Rusia no existía la igualdad, ni siquiera en las prisiones. Cuando estaba en la celda no quise exigir mejor comida, aunque me la habrían concedido en calidad de comunista extranjero. Ahora que sabía que los presos políticos tenían un régimen especial, la exigí y la conseguí. Incluía sopa con un gran pedazo de carne. Además, recibía un kilo de azúcar al mes, cigarrillos, tabaco, mantequilla y jabón. En la cárcel, todo esto constituía una gran riqueza, y me incomodaba emplearla en aquel mísero y hambriento lugar. "



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