Ernestina o el nacimiento del amor (fragmento) Stendhal
Ernestina o el nacimiento del amor (fragmento)

"Durante todo un largo mes, no tuvo otro sentimiento que el de un dolor tanto más profundo cuanto que nacía del desprecio de sí misma; como no tenía ninguna experiencia de la vida, no podía consolarse diciéndose que nadie en el mundo podía sospechar lo que había pasado en su corazón, y que probablemente el hombre cruel que tanto le había importado no podría adivinar ni la centésima parte de lo que por él sintiera. En medio de su desgracia, no carecía de valor; no le costó ningún esfuerzo echar al fuego sin leerlas dos cartas en cuya dirección reconoció la funesta letra inglesa.
(...)
Se había propuesto no mirar al prado de allende el lago; en el salón, no levantaba nunca los ojos a las ventanas que daban hacia aquella parte. Un día, pasadas casi seis semanas de aquel en que leyera el nombre de Felipe Astézan, a su profesor de Historia Natural, el excelente monsieur Villars, se le ocurrió la idea de darle una larga lección sobre las plantas acuáticas; se embarcó con ella y se hizo conducir a la parte del lago que se internaba en el valle. Al poner Ernestina el pie en la barca, una mirada oblicua y casi involuntaria le dio la certeza de que no había nadie junto a la encina grande; observó apenas una parte de la corteza del árbol de un gris más claro que el resto. Dos horas más tarde, cuando volvió a pasar, después de la lección, frente a la encina, se estremeció al reconocer que lo que le había parecido un accidente de la corteza del árbol era el color de la cazadora de Felipe Astézan, que llevaba dos horas sentado en una raíz de encina e inmóvil como muerto. Haciéndose en su fuero interno esta comparación, Ernestina se sirvió también de estas mismas palabras: como muerto. La impresionaron. «Si estuviera muerto, ya no estaría mal pensar tanto en él.» Durante varios minutos, esta suposición fue un pretexto para entregarse a un amor que la vista del ser amado hacía omnipotente."



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