El jagüey de las ruinas (fragmento)Sara García Iglesias
El jagüey de las ruinas (fragmento)

"Tenemos sobre los mexicanos tal superioridad de raza, de organización, de disciplina, de moralidad y de elevación de sentimientos, que suplico a Vuestra Excelencia se sirva decir al emperador que desde ahora, a la cabeza de seis mil soldados, soy dueño de México.
Sin embargo, sobre su jactancia, se cernían las palabras proféticas del general Prim:
Las fuerzas del general Laurencez no bastan para tomar siquiera Puebla. Los soldados franceses son extraordinariamente bravos, nadie lo reconoce y admite mejor que yo, pero los vencedores de cien batallas serán vencidos y no podrán conservar las posiciones que conquisten. El emperador tendrá que hacer grandes sacrificios en hombres y dinero, no digo para consolidar el trono en que se siente el archiduque, porque esto no lo podrán realizar, por no haber hombres monárquicos en México; los sacrificios tendrán que hacerlos para que sus águilas lleguen siquiera a México.
... Se derramará mucha sangre en una y otra parte, los mexicanos verterán la de sus hijos en defensa de su independencia, los soldados franceses la suya en pos de una quimera. Yo no niego que los franceses lleguen a apoderarse de México, pero para que las águilas imperiales lleguen a la antigua ciudad de Moctezuma, necesitarán cuando menos veinte mil hombres más. ¿Y qué habrán conseguido con eso? Les costará mucha sangre, fatigas y tesoros, pero entrarán. Su amor propio quedará satisfecho; pero no crearán nada sólido, nada estable, nada digno del gran pueblo que representan. ¿Podrán crear una monarquía? ¡Imposible!, tres, diez y cien veces imposible, pues cuando un pueblo no quiere a un monarca, el poder del cañón lo impone por un tiempo, pero el final es siempre trágico. La historia nos ofrece terribles ejemplos de los reyes impuestos a los pueblos por soldados extranjeros: que lo tenga presente el archiduque Maximiliano de Austria. Los mexicanos tuvieron un hombre valeroso que hizo grandes esfuerzos por la Independencia de aquel país, y aquel hombre fue adorado. Mientras se llamó Iturbide, fue un gran ciudadano, pero cuando quiso hacerse emperador, lográndolo por poco tiempo, acabó en el cadalso.
Los franceses en México no serán dueños de más terreno que el que pisen; su autoridad no llenará ni el espacio en que resuenen sus clarines. Ocuparán la capital, muchos pueblos, muchas ciudades, dos o tres años, el tiempo que quieran; pero por mucho que dure la ocupación, yo aseguro que no lograrán que los mexicanos quieran al archiduque, y finalmente, los franceses tendrán que abandonar fatalmente esa tierra, dejando empañado el lustre de sus águilas, y hasta el prestigio y honor del Imperio, abandonando esta tierra más perdida que cuando llegaron a ella, con promesas de querer salvarla. "



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