La amortajada (fragmento) "¡Pobre Fernando! Ahora se acerca para tocarle tímidamente los cabellos; sus largos cabellos de muerta, crecidos hasta durante esa noche. Abren de golpe las persianas. Luz gris ¿de amanecer, de atardecer? Ni una sombra es posible ya en el cuarto con esta luz. Las cosas se destacan con dureza. Algo revolotea pesadamente entre las flores y se posa sobre la sábana, algo abyecto... una mosca. Fernando ha levantado la cabeza. Por fin logrará lo que tanto anheló. ¿Por qué titubea y detiene su impulso ahora que puede besarla? ¿Por qué la mira fijamente y no la besa? ¿Por qué? Recién entonces, ella ve sus propios pies. Los ve feamente erguidos y puestos allá, al extremo de la colcha, como dos cosas ajenas a su cuerpo. Y porque veló en vida a muchos muertos, la amortajada comprende. Comprende que en el espacio de un minuto inasible ha cambiado su ser. Que al levantar Fernando los ojos habían hallado a una estatua de cera en el lugar en que yacía la mujer codiciada. Cuantos entran al cuarto se mueven ahora tranquilos, se mueven indiferentes a ese cuerpo de mujer, lívido y remoto, cuya carne parece hecha de otra materia que la de ellos. Sólo Fernando sigue con la mirada fija en ella; y sus labios temblorosos parecen casi articular su pensamiento. "Ana María, ¡es posible! ¡Me descansa tu muerte! Tu muerte ha extirpado de raíz esa inquietud que día y noche me azuzaba a mí, un hombre de cincuenta años, tras tu sonrisa, tu llamado de mujer ociosa. En las noches frías del invierno mis pobres caballos no arrastrarán más entre tu fundo y el mío aquel sulky con un enfermo dentro, tiritando de frío y mal humor. Ya no necesitaré combatir la angustia en que me sumía una frase, un reproche tuyo, una mezquina actitud mía. Necesitaba tanto descansar, Ana María. ¡Me descansa tu muerte! De hoy en adelante no me ocuparán más tus problemas sino los trabajos del fundo, mis intereses políticos. Sin miedo a tus sarcasmos o a mis pensamientos reposaré extendido varias horas al día, como lo requiere mi salud. Me interesará la lectura de un libro; la conversación con un amigo; estrenaré con gusto una pipa, un tabaco nuevo. Sí, volveré a gozar los humildes placeres que la vida no me ha quitada aún y que mi amor por ti me envenenaba en su fuente. Volveré a dormir, Ana María, a dormir hasta bien entrada la mañana, como duermen los que nadie ni nada apremia. Ninguna alegría pero tampoco ninguna amargura. " epdlp.com |