La amortajada (fragmento)María Luisa Bombal
La amortajada (fragmento)

"¡Pobre Fernando! Ahora se acerca para tocarle tímidamente los cabellos; sus largos cabellos de muerta, crecidos hasta durante esa noche.
Abren de golpe las persianas. Luz gris ¿de amane­cer, de atardecer?
Ni una sombra es posible ya en el cuarto con esta luz. Las cosas se destacan con dureza. Algo revo­lotea pesadamente entre las flores y se posa sobre la sábana, algo abyecto... una mosca.
Fernando ha levantado la cabeza. Por fin logrará lo que tanto anheló.
¿Por qué titubea y detiene su impulso ahora que puede besarla?
¿Por qué la mira fijamente y no la besa? ¿Por qué?
Recién entonces, ella ve sus propios pies. Los ve feamente erguidos y puestos allá, al extremo de la colcha, como dos cosas ajenas a su cuerpo.
Y porque veló en vida a muchos muertos, la amortajada comprende. Comprende que en el espacio de un minuto inasible ha cambiado su ser. Que al le­vantar Fernando los ojos habían hallado a una esta­tua de cera en el lugar en que yacía la mujer codi­ciada.
Cuantos entran al cuarto se mueven ahora tran­quilos, se mueven indiferentes a ese cuerpo de mujer, lívido y remoto, cuya carne parece hecha de otra ma­teria que la de ellos.
Sólo Fernando sigue con la mirada fija en ella; y sus labios temblorosos parecen casi articular su pen­samiento.
"Ana María, ¡es posible! ¡Me descansa tu muerte!
Tu muerte ha extirpado de raíz esa inquietud que día y noche me azuzaba a mí, un hombre de cin­cuenta años, tras tu sonrisa, tu llamado de mujer ociosa.
En las noches frías del invierno mis pobres caba­llos no arrastrarán más entre tu fundo y el mío aquel sulky con un enfermo dentro, tiritando de frío y mal humor. Ya no necesitaré combatir la angustia en que me sumía una frase, un reproche tuyo, una mezqui­na actitud mía.
Necesitaba tanto descansar, Ana María. ¡Me des­cansa tu muerte!
De hoy en adelante no me ocuparán más tus pro­blemas sino los trabajos del fundo, mis intereses políticos. Sin miedo a tus sarcasmos o a mis pensamientos reposaré extendido varias horas al día, como lo requiere mi salud. Me interesará la lectura de un libro; la conversación con un amigo; estrenaré con gusto una pipa, un tabaco nuevo.
Sí, volveré a gozar los humildes placeres que la vida no me ha quitada aún y que mi amor por ti me envenenaba en su fuente.
Volveré a dormir, Ana María, a dormir hasta bien entrada la mañana, como duermen los que na­die ni nada apremia. Ninguna alegría pero tampo­co ninguna amargura. "



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