Lampedusa (fragmento)Maylis de Kerangal
Lampedusa (fragmento)

"De pronto me he preguntado en qué se basaron los hombres para poner los nombres en la Tierra –unas goletas gastadas arriban a las orillas, echan el ancla en una playa arenosa más allá de la cual vibra una selva impenetrable, se meten en los botes y unos tipos hambrientos descienden atropelladamente, embrutecidos por emociones de signo contrario, aterrorizados y al tiempo aliviados por haber llegado vivos a tierra firme, silenciosos ante la tierra incógnita que se extiende frente a ellos en ese año de gracia de 1492 pero también excitados por el oro prometido al término de la travesía; sufren de tiña, de escorbuto, de piojos hasta las cejas, y su ropa raída de mugre está repleta de parásitos, sus partes les reconcomen, los martiriza la escrofulosis y se rascan hasta hacerse sangre, carroñas sin dientes; los botes cabecean y los hombres tragan saliva; cuando el fondo del esquife alcanza la playa, pasan por encima de la borda y hunden un pie en el mar con el agua hasta medio muslo, luego el otro, el bote se desequilibra, salpicaduras, gritos, algunos se caen, se incorporan y caen de nuevo hacia atrás, empapados, la sal corroe ya el hierro de la coraza, porque portan cascos, armas y van pesadamente pertrechados, avanzan por la arena y caen de rodillas, se persignan, mientras un cura descarnado que flota en un andrajoso sobrepelliz, la casulla hecha jirones pero los ojos echando fuego, blande un crucifijo hacia el cielo, descubriendo unas muñecas lívidas y flacas como las de una chiquilla, y bautizando el suelo pronuncia el nombre, es el acto de conquista, la toma de posesión de un suelo, de una tierra que se ofrece a Dios, al rey, a la Iglesia, la conquista de un territorio que se reinicia, y los nombres allí existentes se aplastarán, se concrecionarán, se taparán, de tal modo que se borrarán de la superficie del suelo pero seguirán rondando por el espacio, y aquellos que observan a los recién llegados, aquellos agazapados en el sotobosque, aquellos que susurran en su lengua con la cara descompuesta por la sorpresa, aquellos que se llaman Pequeño torrente o Caballo que vuela en la llanura, Roca de fuego o Colina abombada como el seno de una muchachita, aquéllos contienen el aliento, ahora se aterran y se transmiten los nombres de su tierra–, me he preguntado de qué depósito habían extraído los hombres los sonidos y los signos que marcaban, limitaban, identificaban, localizaban puntos de su territorio, cómo se habían inventado palabras que en ocasiones sugerían algo más que a ellos mismos, historias, un embeleso, o más bien una dominación, una explotación, una violencia política. Pensé en los fantasmas que albergaban los nombres, y me pregunté cómo oírlos, cómo percibirlos.
La noche se ha socavado como una alberca y el espacio de la cocina comienza a respirar tras un velo fibroso. He pensado en la materia silenciosa que se desprende de los nombres, en lo que escriben con tinta invisible. En voz alta, la espalda bien erguida, incorporada en mi silla y con las manos bien abiertas sobre la mesa –y seguramente ridícula en este instante para quien me sorprendiera, solemne, afectada–, pronuncio despacio: Lampedusa. "



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