Días (fragmento)Marcel Proust
Días (fragmento)

"A veces iba hasta la ventana, y alzaba una punta de la cortina. En un torrente de oro, seguidas de su institutriz, dirigiéndose al catecismo o a la escuela, habiendo eliminado de su andar flexible todo movimiento involuntario, veía pasar a esas muchachas modeladas en preciosa carne, que parecen formar parte de una pequeña sociedad impenetrable, no ver al pueblo vulgar entre el que pasan, como no sea para reír sin preocuparse, con una insolencia que les parece la afirmación de su superioridad. Muchachas que con una mirada parecen establecer entre ellas y tú esa distancia que su belleza vuelve dolorosa; muchachas que no son de la aristocracia, pues las crueles distancias del dinero, del lujo, de la elegancia, en ninguna parte se suprimen tan completamente como en la aristocracia. Puede buscar por placer las riquezas, pero no les atribuye ningún valor y las sitúa sin ceremonias y sinceramente al mismo nivel que nuestra cortedad y pobreza. Muchachas que no son del mundo de la inteligencia, pues con ellas podrían mantenerse divinas relaciones de igualdad. Tampoco muchachas del mundo de la pura finanza, pues ésta reverencia lo que desea comprar, y está todavía más cerca del trabajo y de la consideración. No, muchachas educadas en ese mundo que puede marcar entre él y tú la mayor y más cruel distancia, clan del mundo del dinero, que gracias al bonito porte de la mujer o la frivolidad del marido empieza a mantener buenas relaciones en las cacerías con la aristocracia, intentando mañana aliarse con ella, que hoy tiene todavía contra ella el prejuicio burgués, pero sufre ya porque su nombre plebeyo no deje adivinar que se encuentran de visita a una duquesa, y que la profesión de agente de bolsa o de notario de su padre pueda dejar suponer que lleva la misma vida que la mayoría de sus colegas con cuyas hijas no quieren tratar. Ambiente en donde es difícil entrar porque los colegas del padre han quedado ya excluidos, y en el que los nobles estarían obligados a descender demasiado para dejarte entrar; refinadas por varias generaciones de lujo y de deporte, cuántas veces, en el instante en el que me encantaba con su belleza, me han hecho sentir con una sola mirada la distancia realmente infranqueable que mediaba entre ellas y yo, y aún más inaccesibles para mí puesto que los nobles que conocía no las conocían y no podían presentármelas.
Veo uno de esos seres que nos indica con su rostro particular la posibilidad de una dicha nueva. Al ser la belleza especial, multiplica las posibilidades de felicidad. Cada ser es como un ideal aún desconocido que se nos ofrece. Y ver pasar un rostro deseable que no conocíamos nos abre nuevas vidas que desearíamos vivir. Desaparecen a la vuelta de la esquina, pero confiamos en volverlas a ver, nos quedamos con la idea de que hay muchas vidas más que no pensábamos vivir, y eso da más valor a nuestra persona. Un rostro nuevo que ha pasado es como el encanto de un país nuevo que se nos ha aparecido en un libro. Leemos su nombre, el tren va a salir. Qué importa si no marchamos, sabemos que existe, tenemos una razón más para vivir. De la misma forma, miraba yo por la ventana para ver que la realidad, la posibilidad de la vida que percibía en cada hora junto a mí, contenía innumerables posibilidades de dichas diferentes. Otra muchacha bonita me garantizaba la realidad, las múltiples expresiones de la dicha. Por desgracia no conoceremos todas las felicidades, la que produciría el seguir la alegría de esta muchachita rubia, el ser conocido por los ojos graves de este rostro duro y sombrío, el poder tener sobre las rodillas ese cuerpo esbelto, el conocer los mandamientos y la ley de esta nariz aguileña, de estos ojos duros, de esta amplia frente blanca. Al menos nos dan nuevas razones para vivir. "



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