Diario de un viaje a la Costa de Patagonia (fragmento)Antonio de Viedma
Diario de un viaje a la Costa de Patagonia (fragmento)

"Al salir el sol ya estaban los indios en la playa. Fui a tierra con Goycochea y el piloto Stafford. Hallé en la playa a los dos caciques, y un número de indios como en los días anteriores. Julián Gordo me presentó desde luego los tres caballos que le había pedido. Dije a Julián Grande si quería ir a comer a bordo con su familia; contestó que sí, y lo hice conducir. Se ensillaron los tres caballos, y en ellos Goycochea, Stafford y yo empezamos a caminar para el manantial a las 10 del día, acompañados de Julián Gordo. A media legua de la playa entramos en una cañada bien ancha. A un cuarto de legua más llegamos a la toldería de los indios, donde procuré registrar si tenían armas, y no vi más que lazos y bolas, y una especie de puñales en forma de corazón, sin cabo, con los cuales desuellan los guanacos. A la orilla de la toldería había cinco pozas de agua dulce, que estaba muy sucia de los caballos; Julián dejó la mula en que iba, y tomando un caballo, seguimos la cañada arriba, y a la media legua hallamos un buen arroyo, cuya agua trasminándose resultaba en las pozas. Esta cañada se ensancha aquí como cosa de una legua. La tierra es de buena calidad, y lo mismo las lomas que circuyen el valle que la cañada forma. Andando como otra media legua, se vuelve a estrechar la cañada, y el arroyo corre con mayor velocidad, pero los terrenos todos siguen de igual calidad. A cosa de otra media legua, encontramos con el manantial que brota por dos partes. Uno de estos manantiales, rompe por la punta de una como piña que forma la tierra. Subí luego a una inmediata loma, y en cuanto alcancé con la vista, advertí todo el terreno vestido de pastos, formando iguales lomas y cañadas; pero en estas, se reconocía muy alta y espesa la yerba; y en punto a leña, se veía muy poca y menuda, desde que se aleja de la playa como media legua. En todas estas cañadas pueden proporcionarse con el tiempo muy buenas huertas y árboles, y toda la tierra es sin duda buena, para toda especie de sementeras. El manantial se puede encañar hasta cerca de la playa, porque está en bastante altura para ella. En las playas de este puerto y sus inmediaciones, hay leña para cocinar una población de las que se intentan establecer, como para 6 años. Volvimos por la toldería, y computé sus individuos, incluyendo los que quedaron en la playa, de unos 400, entre hombres, mujeres y niños, al parecer de buena índole todos. A las 5 de la tarde llegamos a la playa. Los indios marcharon para sus toldos, y nosotros fuimos a bordo, llevando a Julián Gordo, a quien regalé una olla de fierro, y un recado de montar que me pidió. Me ofreció prestarme caballos siempre que quisiera pasear, pero no quería darlos sino a cambio de sables y cuchillos, lo que, pudiendo sernos perjudicial, preferimos no admitir el cambio, y sí la oferta. "


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