La dama número 13 (fragmento)José Carlos Somoza
La dama número 13 (fragmento)

"El viejo cruzó el taller sin tambalearse ni una sola vez, llegó a su «ermita», iluminada por un par de velas colocadas en botellas vacías, y se sentó rígidamente en su mecedora de enea. Sus ojos miraban al vacío.
– Quítate esa camisa y ponla a secar. Tengo algo de queso, por si quieres matar el gusanillo.
– Acabo de cenar, abuelo.
Durante un rato se miraron en completo silencio con el ruido de fondo de la lluvia, y el niño percibió la extrema palidez del rostro del viejo. Era como si, en el intervalo en que habían dejado de verse, toda la sangre que pintaba su cabeza hubiese escapado por algún orificio. Por fin, le oyó hablar de nuevo.
– Te agradezco tanto que hayas venido… Quería hablar contigo, contarte algo… A decir verdad… -Se inclinó hacia él y sonrió-. A decir verdad, quiero contártelo todo. -Hizo una pausa, pero la sonrisa no cedió: parecía incrustada en su rostro como esos adornos que colocaba en los muebles del taller-. Muchas veces me has preguntado si he vuelto a escribir poesía, ¿no es cierto…? Pues te confesaré un secreto… -Tendió la mano hacia la estantería que había a su espalda y sacó un cuaderno de tapas arrugadas-. Esto no se lo he enseñado a nadie nunca. En estas páginas está todo lo que he escrito últimamente… Todo.
El niño estaba a punto de sonreír extasiado cuando se dio cuenta de algo.
Fue una revelación tan violenta, tan adulta, que casi la sintió como una bofetada contra su rostro.
Su abuelo estaba enfermo. Muy enfermo. Y no era que hubiese enfermado de repente, en aquel momento: tan sólo había permitido que la densa enfermedad que albergaba se abriese paso, por fin, a través de sus cansados rasgos, sus ojos como torbellinos incomprensibles de luz, sus labios plateados de saliva. "



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