El atlas de las nubes (fragmento)David Mitchell
El atlas de las nubes (fragmento)

"Al atardecer, cuando volví con el rebaño a casa, me encontré a Madre chillando y haciendo aspavientos como una oca manca y despotricándome, estaba tan sulfurada que tuvo que ser Sussy quien me lo explicase todo. Después de los trueques, el jefe de los Clarividentes, en vez de mandar a todos de vuelta al Barco como siempre, había pedido hablar a solas con la Abadesa. Al cabo de un buen rato, la Abadesa había salido y había convocado una asamblea. Estaban presentes todos los de las chácaras cercanas, nomás faltaban los de Bailey, o sea, la nuestra; resulta que Madre tampoco había bajado a las Comunales. En fin, que empezó la asamblea. Este año el jefe de los Clarividentes quiere hacer un trueque especial, dijo la Abadesa. Una mujer del Barco quiere vivir y trabajar en una chácara durante medio año, para conocer nuestras costumbres y entendernos más mejor a los vallesinos. A cambio, el jefe se ofrece a pagarnos el doble por todo lo que hemos trocado hoy. Redes, ollas, sartenes, cacharros, todo el doble. Pensad qué gran honor para nosotros, y pensad en todo lo que podemos sacar trocando esas mercancías en el próximo mercado de Honokaa. Bueno, enseguida estalló un enorme ¡Bravo! que se propagó por toda la asamblea, y la Abadesa tuvo que gritar la segunda pregunta para hacerse oír por encima del jolgorio. ¿Quién va a alojar a la Clarividente? ¡Caráncholes, qué rápido se apagó el Bravo! De repente todos tenían un chorro de excusas. Que si no tenemos sitio. Que si estamos esperando gemelos y la huésped no va a pegar ojo. Que si los mosquitos de nuestra chácara la van a desconchinflar. El primero que lo propuso fue el Viejo Volvo, ese chingaburras apestoso: ¿Y por qué no en la chácara de Bailey? Como ni Madre ni yo estábamos allí para cortar el plan de raíz, la idea cuajó en un santiplás. ¡Es verdad, les sobran cuartos vacíos desde que mataron a Padre Bailey! ¡Sí señor, en la última cosecha los Bailey sacaron más de las Comunales de lo que aportaron! ¡Les toca a ellos! ¡Sí señor, les hace falta mano de obra, Madre Bailey estará encantada de recibir ayuda! Y así fue como la asamblea zanjó la vaina.
Bien, en ese momento la oca manca era yo. ¿Pero qué comen los Clarividentes? ¿Qué beben? ¿Duermen en un montón de paja? ¿Duermen? ¡Seis lunas! Madre me despotricaba por no haber ido al trueque, y es que, aunque el cabeza de familia era ella, el hombre más viejo de la casa era yo y por eso me tocaba ir a mí, eso es verdad. Le dije, Mira, voy corriendo a ver a la Abadesa y le digo que no podemos alojar a ningún Clarividente... cuando de repente pom-pom-pom, dijo la puerta.
Sí señor, era la Abadesa, que nos traía a la Clarividente, acompañada de Mylo, el asistente de la escuela. Nos dimos cuenta de que, nos gustase o no, ya nos habían plantificado a la visitante, porque claro, no íbamos a echarla a patadas, ¿verdad? Sería una deshonra para nuestro techo y nuestros iconos. La mujer del Barco tenía ese tufo a vinagre típico de los Clarividentes, y fue la primera en hablar, en vista de que a Madre y a mí se nos había comido la lengua el gato. Buenas tardes, dijo, me llamo Merónima y les agradezco de corazón que acepten acogerme como su huésped durante mi estancia en los Valles. Mylo se chuflaba como un sapo de mí y de mi angustia, me daban ganas de matarlo.
Sussy fue la única que mostró buenas maneras: acomodó a nuestros invitados y mandó a Jonás a por cuchizampa y ponchicaldo. Merónima siguió hablando: Es costumbre entre mi gente hacer unos regalitos a los anfitriones al comienzo de una visita, espero que no les moleste... Echó mano a la bolsa que traía, sacó los regalos y los repartió. Madre recibió una cazuela especial que podía costar cinco o seis balas de lana en Honokaa, pero se quedó boquipasma y dijo que no podía aceptar un regalo tan valioso porque la hospitalidad con los fuereños era mandato de Sonmi, y que debía ser gratis, si no, no valía. Pero la Clarividente replicó que los regalos no eran un pagamiento, no señor, sólo eran una forma de agradecer la amabilidad, y Madre ya no rechazó más la cazuela. Sussy y Catkin se ganaron unos collares relucientes como estrellas, se pusieron locas de contentas, con los ojos como platos, y Jonas recibió un espejo cuadrado, más brilloso que cualquiera de esos cachos de vidrio que te encuentras por ahí de vez en cuando, y se quedó engualichado con el chisme.
Mylo ya no sonreía como un sapo, pero a mí toda esa milonga de los regalitos no me gustaba nada: la fuereña se creía que podía comprar a mi familia, pero yo no iba a morder el anzuelo. Así que le dije que se podía quedar en nuestra chácara, pero que yo no quería ningún regalito y sanseacabó.
Me salió más grosero de lo que pretendía y Madre me echó una mirada asesina, pero Merónima respondió: De acuerdo, no hay ningún problema, como si le hubiese hablado normal y corriente. "



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