Campos de Níjar (fragmento)Juan Goytisolo
Campos de Níjar (fragmento)

"El camino es recto, parece que no tenga fin. El arbolado ralea poco a poco. Los últimos acebuches son achaparrados y canijos y, al desaparecer también, me encuentro solo en medio de un mar de arcilla, sin más brújula que el encegador reverbero del sol sobre la carretera.
Al cabo de media hora de marcha el calor se hace insoportable. La llanura se cuece entre espirales de calina. Las cigarras zumban amodorradas. El propio caminante —que, desde que vive en el norte, se ahíla y desmedra como las plantas privadas de luz y es un apasionado del sol— siente el agobio del trayecto y empieza a buscar un trocito de sombra donde tumbarse.
No hay ninguno y continúa todavía un buen rato. A lo lejos se divisa la carrocería brillante de un automóvil, parado al borde de la cuneta. Debe estar a poco menos de un kilómetro y el chófer camina por el alquitranado.
En la tierra parda, los henequenes suceden a los chumbares. Un culebrón asoma su astuta cabeza entre las zarzas y luego se desvanece. A la izquierda hay un cortijo en alberca con la consigna del Instituto, «más árboles, más agua», escrita con alquitrán sobre el muro.
El automóvil está ahora a trescientos metros y el hombre parece esperarme, apoyado en el guardabarros. Al poco, descubro que no va solo y veo otro, sentado al pie del talud. En el campo de henequenes, un mozo desmocha terrones con la azada. Un tordo alirrojo se posa en las chumberas del camino. Las nubecillas condensadas en la sierra se aborregan. La calina ondea sobre el llano.
El coche es un Peugeot 403 y lleva matrícula de París. Su conductor —hombre rubio, de una cuarentena de años— va vestido como explorador de película, con pantalones cortos de color caqui y camisa blanca. Sólo le falta el casco. "



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