La campesina (fragmento)Alberto Moravia
La campesina (fragmento)

"Era la cosa más sencilla y más atinada que podía pensarse en aquella apurada situación; pero nadie había pensado en ella porque, como he dicho, todos consideraban a los alemanes como la autoridad y todos tenían necesidad de una autoridad, la que fuese, además de que cuando una cosa está impresa en un papel a todo el mundo le parece que es una cosa a la cual no se le pueden hacer objeciones. Total, que todos se fueron aquella noche a la cama casi tranquilizados, con más confianza de la que tenían cuando se levantaron por la mañana; y el día siguiente, como por milagro, nadie volvió a hablar de los alemanes y del bando de evacuación. Fue como si todos se hubiesen dado la consigna de no hablar de aquello, de hacer como si no hubiese existido nunca. Pasaron algunos días y, luego, se vio que Michele había tenido razón, porque nadie se hizo ver ni en Sant’Eufemia ni, según nuestras noticias, en otras localidades; y es de creer que los alemanes cambiaron de propósito y renunciaron al desalojamiento, porque no volvió a hablarse nunca más de proclamas.
¿Cuántos días llovió? Yo digo que por lo menos cuarenta días, como cuando el Diluvio Universal. Ahora, además de llover, también hacía frío, porque ya estábamos en invierno, y aquel ventarrón que venía del mar, a rachas cargadas de humedad y de niebla también era helado, y el agua que las nubes volcaban cada día sobre la montaña iba mezclada con nieve y hielo y pinchaba la cara como si hubiese estado llena de alfileres. Para calentarnos en el cuartito, sólo teníamos un brasero lleno de cisco que nos poníamos pegado a las rodillas; las más de las veces, sin embargo, o estábamos en la cama, acurrucadas una junto a la otra, o bien en la cabaña, a oscuras, junto al fuego que siempre estaba encendido. Solía llover toda la mañana; luego, hacia mediodía, había como una escampada, pero insuficiente, con todos aquellos nubarrones desflecados y desgarrados que estaban suspendidos en el cielo como para recobrar alientos, y la marina más sucia y más neblinosa que nunca; después, por la tarde, empezaba a llover de nuevo y llovía hasta que se ponía el sol y, luego, durante toda la noche. Nosotras dos estábamos siempre con Michele y él hablaba y nosotras le escuchábamos. "



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