La tienda de antigüedades (fragmento)Charles Dickens
La tienda de antigüedades (fragmento)

"El corazón de la niña latió impulsado por el amor y la esperanza, y no pensó en el hambre, la sed, el frío ni el sufrimiento. Solamente vio la libertad, la vuelta a la vida de unión y confianza con su abuelo, un paréntesis en aquella soledad en que vivía y la salud del anciano; ninguna sombra negra enturbiaba aquel horizonte de felicidad.
El anciano durmió tranquilamente algunas horas, que la niña empleó en hacer los preparativos de marcha, consistentes en recoger unas cuantas prendas de ropa de cada uno y un bastón para apoyarse, y en hacer una última visita a sus antiguas habitaciones.
¡Cuán diferente era aquella partida de lo que tantas veces pensó! Nunca pudo soñar que abandonaría su casa con tanta alegría y, sin embargo, la pena invadió su alma al ver por última vez aquellas paredes, entre las cuales tanto había sufrido.
Pensó en su cuarto; aquel cuartito donde tantas veces había orado y que tendría que dejar sin volver a verlo siquiera, porque lo ocupaba el odioso enano. Aún quedaban allí algunas cosas, pequeñeces que hubiera querido llevarse; pero era imposible. Se acordó de su pajarillo y lloró por no poder llevárselo, hasta que, sin saber cómo, se le ocurrió la idea de que tal vez iría a manos de Kit, que lo conservaría como recuerdo suyo y como prenda de gratitud. Este pensamiento la tranquilizó y pudo descansar un poco. Al fin empezó a brillar la luz del día y entonces se levantó y se atavió para el viaje.
Después despertó a su abuelo, que se preparó en pocos minutos, y dándole la mano, bajaron con cautela, temerosos de que el más ligero ruido despertara a Quilp. Al fin llegaron abajo y le oyeron roncar. Con gran trabajo descorrieron el mohoso cerrojo, pero cuando ya se creían libres, vieron que la puerta estaba cerrada con llave y que ésta había desaparecido. La niña recordó entonces que una de las enfermeras le había dicho que Quilp dejaba siempre las llaves sobre la mesa de su cuarto y, temblando, se decidió a ir a buscarlas.
La expresión horrible del semblante de Quilp paralizó de terror a Nelly, pero tuvo ánimo para coger la llave y, después de mirar una vez más aquel cuartito y aquel horroroso monstruo, se reunió con su abuelo, sin que ocurriera ningún incidente que lo impidiera. Abrieron silenciosamente la puerta y salieron a la calle. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com