El Cristo Negro (fragmento)Salvador Salazar Arrué
El Cristo Negro (fragmento)

"Era ya medio día cuando un extraño rumor le puso en sobresalto. Dos saurios, con las cabezas fuera del agua le contemplaban moviendo la cola con lento ondular que estelaba el agua verde. Era su quietud casi cariñosa, como en muda oración y protección. Tendidos largos en la calma del agua cortaban con sus masas oscuras la reverberación, como manchas en una gigantesca esmeralda. Uraco les miraba con repugnancia. Sentía su cuerpo maltrecho y atrofiadas las articulaciones. No podía apenas moverse y veía con espanto las fauces cada vez más cerca de sus piernas.
¿Iba pues, a morir de tan cruel manera? Comenzó a rezar sin tratar ya de levantarse. Pero los saurios en vez de morderle se arrastraban a sus pies y le acariciaban como mejor podían, chafando con sus trompas ásperas sus pantorrillas.
Uraco comprendió: aquellos bichos le adoraban como a un dios, ¡Verdad!... Los reptiles son seres que adoran a Satanás. Gruesas lágrimas brotaron en sus ojos y quiso hacer con los dedos la señal de la cruz, pero estaba todo él entumecido y no lo pudo lograr Un día topó en la pradera con un piquete de soldados que iban a Jutiapa a las órdenes de un sargento llamado Fernán Pereda. Trató de huir, pero fue cogido y conducido con las manos atadas y a pie entre dos caballos.
Al llegar a Jutiapa nadie hubiera podido reconocerle. El polvo le había puesto gris y estaba tan flaco y extenuado por la fatiga que sólo un milagro le mantenía en pie.
A los pocos días se le dejó libre y fue tenido por loco al principio y después por santo. Todos los días se le veía por la plaza haciendo penitencia, arrodillado en una piedra angulosa y golpeándose el pecho fuertemente con ambos puños, elevada la faz al cielo, corriéndole las lágrimas por las descarnadas mejillas.
En aquel lugar vivía un mestizo llamado Orlando, hijo de una liberta anciana, hombre corpulento y bien intencionado que hacía el oficio de herrero.
Orlando acogió a Uraco en su choza; cuidando de é1 como de un hermano, compartiendo con él el pan de su casa y protestando de la ayuda que el buen fraile le prestaba casi forzosamente tirando todo el día del fuelle de la fragua.
Cierta vez pasó por el camino una comitiva, llevando en una litera a una enferma.
Venía de muy lejos y estaba compuesta de caballeros, soldados y frailes. La enferma era la mujer de Oidor Álvaro Gómez de Abaunza y había sido secuestrada, como consecuencia de un ardid tramado por el Gobernador Valverde, mortal enemigo del Oidor. La joven acababa de ser rescatada, pero con tan mala suerte, que una flecha envenenada le había herido ligeramente el muslo y durante la jornada la acción del veneno la había postrado y la había puesto mala.
Se detuvo el cortejo a la sombra de una ceiba y dos caballeros, desmontando se llegaron a la herrería donde el buen Orlando castigaba a la sazón la punta de una lanza.
Uraco, con los ojos extraviados, miraba lánguidamente las brasas que ardían torturadas por el fuelle y tiraba de la cuerda.
Al ver llegar aquella gente el herrero suspendió su trabajo y vino a recibirles en actitud servicial. "



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