El obstáculo (fragmento) Colette
El obstáculo (fragmento)

"Cuando era niña, muy raramente me llevaban al teatro o al circo. Mas, en aquellas tardes, la proximidad de la noche me encontraba nerviosa y heladas las manos, y no cenaba. La impresión de las luces del teatro, la primera oleada de la música me afectaban tan vivamente, que, al principio, no miraba nada, preocupada sólo por reprimir unas lágrimas que hubiera deseado derramar fogosamente, y que adivinaba deliciosas de verter.
Si, de mi infancia, me ha quedado un raro dominio sobre las lágrimas, también he conservado el don de emocionarme, con una intensidad que el tiempo casi no disminuye, en ciertas horas, y no sólo en aquellas que reúnen, en irresistible ramillete, el sonido de una orquesta perfecta, un claro de luna que se mira en los bojes y en los laureles brillantes, y el olor de una tierra abrasada por el estío y la tempestad. Hay instantes de ociosa debilidad, cuando unos breves recuerdos ópticos, muy antiguos, unos contrastes de luz y sombras bastan para abrir un corazón que se priva de amar. Así es como el cálido y rosado resplandor de una ventana iluminada en el flanco de una oscura casa, esa oblonga claridad prolongada al exterior sobre una alameda enarenada, o filtrada por oscuros follajes, significa para mí amor, amor protegido, hogar, precioso y permitido aislamiento.
Cuando salgo de un local deslumbrante, tibio y engalanado, en una noche fría, el deslumbramiento que siento no es únicamente físico; me expansiono brevemente bajo un placer imperioso de inquietud y espera, un placer, si puedo calificarlo así, de cita. Dura poco, pues nunca espero a nadie; nunca dura mucho: en todo caso, no tanto como esta noche. Desde que los tres nos sentamos a la mesa en la veranda demasiado iluminada, una alegría temblorosa me obliga a sonreír y apretar los dientes. Me parece también que el estado en que me encuentro sólo depende de mí, y que se podrían llevar al hombre que tengo sentado delante, sustituirlo por otro, sin que nada cambiase. Me lo parece, y al mismo tiempo sé que no es verdad. Sé que mi palidez, mi fatiga, mis ligeras aberraciones de gusto y tacto— me parece tibio el champaña helado, y el tenedor que manejo me hiela los dedos—, son consecuencias precisamente y no hechos accidentales. Son los resultados, ya sería hora de decir adquisiciones, de un mudo deseo, eficaz, que tal vez se cansa, pero que, entretanto, me extenúa.
No puedo sentirme humillada, al ver frente a mí un adversario tan fuerte, favorecido por el escote blanco del smoking, lisa la barbilla y flexibles los cabellos, con esos ojos más claros que su tez, que le rejuvenecen, que evocan la idea de lozanía y florecimiento. Esta noche él es quien está engalanado, mientras yo me he visto obligada a conservar mi traje de viaje, mi pechera de linón arrugada, mi toca de dos alitas cornudas. Masseau, apagado y friolero, encerrado en sueños que calla, sirve a Jean de segundo contraste, y yo acepto no ser, sola entre dos hombres, el punto brillante del trío. ¡Era tan fácil marchar a Ginebra antes de la cena! Sin embargo, no quise. "



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