Las sandalias de plata (fragmento)José Jiménez Lozano
Las sandalias de plata (fragmento)

"Trajo a la Julita hacia él y la besó en la boca, y entonces fue cuando ésta no sólo se resignó de la mejor gana a ser la mujer de don Abilio, sino que lo que la extrañaba era que alguna vez pudiera habérsela ocurrido otra cosa, y se la enroscaba allá dentro como una culebra venenosa con la lengua fuera de la boca el temor de que el Seminarista descubriera sus amores a don Abilio, dándole a éste incluso las señales de su cuerpo. Eso sería, para ella, su perdición para siempre.
Ahora se enteraba la Julita de que la Portuguesa, la mujer de don Abilio, se había muerto hacía solamente dos años y medio o tres atrás, y no cuando marchó de la casa para dar a luz, recién casada, como siempre se contaba. Lo que había sucedido en realidad era que ella se había escapado con su amante también portugués, y aquí se había hecho el teatro y la comedia de que en la capital o en Madrid había muerto de parto y que desde allí habían llevado su cadáver y el del niño al panteón de su familia en Portugal, o al que, en un pueblo de Pamplona, cerca ya de Roncesvalles, de donde la Portuguesa se había largado un día; ésta era la verdad, y don Abilio sabía perfectamente que iba a ser «raptada» con su consentimiento. No lo estorbó; simplemente chantajeó a la familia de ella y se hizo con alguna finca más; amplió la dote. Aunque don Abilio no bajó hasta estos detalles con la Julita y sólo hizo hincapié en el hecho de que la Portuguesa había vivido hasta ayer por la mañana y de que tenía fincas en Portugal, en la Beira Alta, que ni él mismo conocía, y que ni tendría que conocer ya. "



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