Los misterios de París (fragmento)Eugène Sue
Los misterios de París (fragmento)

"Casi todos los días el canto matinal de la joven estimulaba a los canarios que más perezosos que su ama, no salían del nido tan de mañana. Entonces comenzaban los desafíos, la porfía de notas claras, sonoras, argentinas, en las cuales no siempre la victoria era de los pájaros. Alegría no cantaba: por primera vez en su vida tenía una pesadumbre. Hasta entonces algunas veces le había causado impresión el aspecto de la miseria de Morel, mas los pobres están demasiado hechos a semejantes cuadros para que su vista les cause un efecto duradero. Después de socorrer casi diariamente a esos desgraciados según se lo permitían sus medios y de llorar sinceramente con ellos y por ellos, sentíase a la vez conmovida y satisfecha; conmovida de sus infortunios, satisfecha por haberse mostrado compasiva. Esto, sin embargo, no era una pesadumbre, porque bien pronto la natural alegría del carácter recobraba su imperio, y además no por egoísmo sino por un sencillo efecto de la comparación se encontraba tan dichosa en su cuarto saliendo del horrible recinto de la familia de Morel, que su tristeza quedaba al punto desvanecida. En esta veleidad había tan poco interés personal que por una extrema delicadeza aquella joven miraba casi como un deber, dar parte de lo suyo a los que eran más infelices que ella, para de este modo gozar sin escrúpulo de su bienestar adquirido con su trabajo, y que ella reputaba por lujoso comparándolo con la espantosa miseria de la familia del lapidario. «Para cantar sin remordimientos cuando una tiene cerca personas tan dignas de lástima, solía decir con la mayor candidez del mundo, es preciso haberse mostrado con ellas tan caritativa como sea posible».
Antes de poner en conocimiento del lector el motivo de la primera pesadumbre de Alegría, queremos tranquilizarlo completamente acerca de la virtud de esa joven. Y no es poco emplear la palabra virtud, voz grave, y solemne, que lleva casi siempre consigo las ideas de sacrificios costosos, de recia lucha con las pasiones y de austeros pensamientos, acerca del fin de las cosas mundanas. La virtud de Alegría no pertenecía a este género, pues la joven no había luchado ni meditado, sino trabajado, reído y cantado. Su juicio, como sencilla e ingenuamente se lo dijo ella misma a Rodolfo, era casi exclusivamente cuestión de horas, puesto que no tenía tiempo para amar. Alegre, laboriosa y metódica, el orden, el trabajo y la alegría la defendieron, sostuvieron y salvaron, sin que ella misma se diera cuenta del motivo. "



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