El amor y Mister Lewisham (fragmento)H. G. Wells
El amor y Mister Lewisham (fragmento)

"La segunda noche después de todos los pensamientos de Lewisham se alteró el orden en el mundo. Una jovencita, vestida con una chaqueta ribeteada de astracán, con una expresión muy poco alegre en el rostro, iba de Chelsea a Clapham sola, mientras Lewisham estaba sentado bajo la incierta luz eléctrica de la Biblioteca Educativa, mirando al vacío por encima de un montón de libros de imponente aspecto, y viendo cosas invisibles.
El cambio no pudo hacerse sin roces, y toda explicación resultó muy difícil. Evidentemente ella no apreciaba la gravedad de la posición mediocre que Lewisham ocupaba en la lista. «Pero has aprobado», era todo lo que ella decía. Tampoco se hacía cargo de la importancia del estudio por la tarde. «Claro que yo eso no lo sé —había dicho—, pero yo creía que tú estudiabas todo el día.» Ella calculó el tiempo consumido por sus paseos como de media hora, «media horita justa», olvidándose de que él tenía que ir primero a Chelsea y luego regresar a su pensión. Su habitual ternura quedó velada por un resentimiento demasiado visible, primero contra él, y luego, cuando Lewisham protestó, contra el Destino. «Hay que suponer que las cosas tienen que ser así —dijo ella—. Claro que no importa que no nos veamos tan a menudo», añadió temblándole los pálidos labios.
Lewisham había vuelto de la despedida con la mente muy intranquila, y aquella noche se había enfrascado en la composición de una carta que tenía que aclarar las cosas. Pero sus estudios científicos prestaban dureza al estilo de su prosa, y aquello que él podía muy bien susurrar no lo sabía escribir. En realidad, su justificación no era suficiente, pero la recepción que ella le dispensó dio a Ethel la apariencia de ser una persona muy poco razonable. Lewisham presentó algunas fluctuaciones violentas. A veces se sentía fuertemente irritado contra la joven por no ver las cosas tal como él las veía, y entonces deambulaba por el museo empeñado en imaginarias discusiones con ella, llegando inclusive a proferir advertencias injuriosas. Otras veces tenía que hacer acopio de todos sus poderes de disciplina y de todos sus recuerdos de las resentidas réplicas de ella, para abstenerse de echar a correr hacia Chelsea y capitular de un modo muy poco viril.
Esta nueva disposición de las cosas duró un par de semanas. No tardó tanto tiempo miss Heydinger en descubrir que el desastre de los exámenes había obrado un cambio en Lewisham. Percibió muy bien que aquellos paseos nocturnos habían terminado. Se le hizo rápidamente evidente que Lewisham trabajaba ahora con una especie de furia obstinada. Llegaba temprano y se marchaba tarde. La sana frescura de sus mejillas palideció. Se podía ver a Lewisham todas las noches hasta muy tarde en medio de un montón de diagramas y de libros de texto en uno de los rincones más resguardados de las corrientes de aire de la Biblioteca Educativa, acumulando notas y más notas. Y todas las noches, en el club de los estudiantes, Lewisham escribía una carta dirigida a cierta papelería de Clapham, pero estas cartas nunca fueron vistas por miss Heydinger. En su mayoría dichas cartas eran breves, porque Lewisham, siguiendo la moda de South Kensington, se preciaba de no ser «literato», y tal vez algunas, más parecidas a telegramas que a epístolas, hirieron un corazón acaso demasiado necesitado de palabras tiernas.
No respondió Lewisham a las renovadas insinuaciones de miss Heydinger con invariable amabilidad. Y, no obstante, se restablecieron en parte las antiguas relaciones. Él solía hablarle correctamente durante cierto tiempo y luego salía por la tangente. Pero el préstamo de libros se reanudó, aquel sutil proceso para su educación estética que miss Heydinger había discurrido. "



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