La señorita Smila y su especial percepción de la nieve (fragmento)Peter Høeg
La señorita Smila y su especial percepción de la nieve (fragmento)

"Espero, pero, sin embargo, no sale nada de su boca. Entonces me doy la vuelta y me voy. En ese mismo momento obtiene el premio. Como un vómito metálico, el robot suelta un río de monedas a mis espaldas acompañado por un tintineo esputado que no cesa.
Recojo mi abrigo en el guardarropa. Mis sienes no paran de palpitar. De repente, me da la sensación de que todo el mundo me mira. Paseo la mirada por la sala, intentando encontrar al mecánico. Espero que tenga una idea. La mayoría de los hombres lo saben todo acerca de cómo escabullirse, hacer novillos, escaquearse, excusarse, escapar. Sin embargo, el vestíbulo está vacío. Aparte de mí y la mujer del guardarropa que parece estar mucho más seria de lo que debería, si consideramos que podría divertirse por tener que cobrarme cincuenta coronas sólo por haber colgado mi abrigo en una percha.
En ese mismo instante, surge la risa. Estridente, trémula, sonora. La risa se funde directamente con el sonido de la trompeta; una entonación impetuosa, tintineante y berreante que inmediatamente decae, asentándose en un registro más apropiado para el lugar. Pero, para entonces, ya he reconocido el sonido.
¡Dispongo de tan poco tiempo! Me abro camino entre las mesas y cruzo la desierta pista de baile. Los tres músicos blancos que están detrás de él visten chaquetas de esmoquin de un amarillo pálido y caras de pan. Él lleva un frac. Es increíblemente obeso; su cara es una bola negra de sudor; sus grandes y blancos ojos están inyectados en sangre y son muy saltones, como si intentaran escapar del mortal nivel de alcohol que hay en su cráneo. Aparenta lo que es. Un coloso sobre una base que se ha disuelto y ha desaparecido hace ya mucho tiempo.
Sin embargo, la música no se ha debilitado. Incluso ahora, que está tocando con sordina, el sonido es prodigiosamente compacto, brillante y cálido e, incluso en medio de la letanía de pieza que están interpretando, el tono es revelador, profundo, burlón. Me pongo delante del borde de la tarima baja.
Cuando terminan la pieza, subo al escenario. Me sonríe. Pero es una sonrisa desprovista de calidez, simplemente una pose borrachina ante el mundo, de la que, sin duda, ni siquiera será capaz de desprenderse cuando duerme. Si es que alguna vez duerme. Cojo el micrófono y lo aparto. Detrás de nosotros, la gente deja, súbitamente, de comer. Los movimientos de los camareros se han congelado. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com