Llamando a las puertas del cielo (fragmento)Jordi Sierra i Fabra
Llamando a las puertas del cielo (fragmento)

"A medida que se acercaba la boda de Narayan, observó en las dos hermanas un cambio de humor. Viji molestaba más a su hermana, la trataba peor, la incordiaba de una forma a veces rabiosa. Eran sus últimos días juntas. Cuando la menor se convirtiera en una esposa, perderían el contacto, dejarían atrás los sueños, los años en que una era la mayor y la otra la seguía como un perrillo faldero. Pero al mismo tiempo, Silvia apreció la gradual seriedad que iba envolviendo poco a poco a Narayan. Hacía menos preguntas, apenas hablaba, se envolvía en silencios llenos de una soterrada carga emocional interior. Pasaba de estados de alegría y excitación absolutas, teniendo en cuenta que iba a ser la gran protagonista de la ceremonia y que eso significaba dar el paso decisivo hacia su madurez, a momentos de infinita tristeza y recogimiento. Miraba el paisaje con el dolor de quien sabe que está a punto de perderlo. Intentaba absorberlo todo con la ansiedad del último minuto, cuando comprendemos que ya es tarde y que, hagamos lo que hagamos, lo que sigue no tiene remedio.
[...]
El cuerpo de Sahira apenas si ocupaba un mínimo espacio en lo alto de la pira funeraria. Envuelto en gasas blancas, su volumen era exiguo, un capullo que la naturaleza daba la impresión de haber dejado caer de forma caprichosa sobre las maderas apiladas en el crematorio.
Cuando las llamas comenzaron a devorar los troncos, trepando por ellos hasta su cumbre, fue como si lo envolvieran con todo su amor, dándole el calor que la muerte le había quitado. Unas llamas rojas, móviles y enloquecidas, que danzaban siguiendo una música propia y singular.
Los escasos presentes parecían hipnotizados ante ellas.
Silvia miró a la madre de la niña. Su rostro mostraba finalmente la paz que la embargaba. Su expresión, pese a todo, era dulce. La cremación colmaba cualquier anhelo posible una vez consumada la tragedia. Tenía a sus otros tres hijos y eso le daba fuerzas. Era su compromiso. Tres hijos y un cuarto en camino, porque cuando le dio el dinero para que pudiera comprar aquella madera, se tocó el vientre y se lo hizo saber. "



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