La vuelta al mundo de un novelista (fragmento)Vicente Blasco Ibáñez
La vuelta al mundo de un novelista (fragmento)

"Abandonamos el tren en mitad de nuestra marcha a la Gran Muralla. Son las nueve. El sol de una hermosa mañana de invierno empieza a caldear la tierra. Los charcos han perdido su costra blanca de la noche. Lloran los árboles con la licuefacción de la escarcha de sus hojas. El terreno ha ido subiendo y no oscurece ya la atmósfera el polvo amarillento de los alrededores de Pekín. Se respira un aire fresco de montaña. Vemos en el horizonte las cumbres de la Mongolia, que parecen haberse acercado a nosotros repentinamente.
Marchamos dos horas a caballo para ver un grupo de mausoleos de los emperadores Ming. Son más ostentosos y ocupan mayor espacio que los que visitamos en las cercanías de Mukden, construidos por la dinastía de los «Muy Puros». Pero el aspecto arquitectónico de unos y otros casi es igual; largas avenidas que conducen a templos multicolores y tienen en sus bordes parejas de animales gigantescos esculpidos en granito: elefantes, caballos, licornios y leones. Lo más notable de este parque fúnebre es su arboleda, que se extiende kilómetros y kilómetros, formando una selva de sagrado silencio. El suelo está cubierto de césped finísimo y resbaladizo. Con gran frecuencia pasamos sobre el arco de un puente de mármol. Los arquitectos paisajistas de la China se complacen en hacer dar a un mismo arroyo numerosas revueltas, de modo que se coloque incesantemente ante el paso del visitante, sólo por el placer de ir lanzando nuevos puentes sobre su curso.
El puente es la obra suprema del artista chino, y cuanto más abunda en un paisaje, mayor esplendor le proporciona. Esta predisposición a la línea tortuosa la siguen también al trazar las avenidas funerarias. Únicamente son rectas en cortos espacios, torciéndose inmediatamente para tomar una nueva dirección y volver más allá a la línea primitiva. Según parece, en estos bosques sepulcrales los constructores emplearon la línea quebrada con un fin religioso, para desorientar y fatigar a los malos espíritus. Como éstos sólo vuelan en línea recta, llegarían fácilmente hasta el monumento fúnebre, levantado en su último término si las avenidas fuesen tiradas a cordel. Gracias a tales tortuosidades, queda defendido el sepulcro por masas de arboleda que lo ocultan a los demonios alados. "



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