El libro de Jonás (fragmento)Ramón Pernas
El libro de Jonás (fragmento)

"Hasta el último momento estuvo convencido de que iba a aparecer mi hermano para participar en nuestra boda, que era la sorpresa que yo iba a regalarle. No dejaba de girar la cabeza por si venía, aunque yo le pedí al viejo cura, tan mayor como nosotros, que quería una ceremonia corta y discreta, con la puerta grande cerrada para evitar beatas y no convertir aquel humilde acto en un espectáculo, por muy minoritario que pudiera ser. No vino nadie, no hubo espectadores ni curiosos, no llegó mi hermano y solo en la imaginación de mi ahora marido pudo alojarse tan descabellada idea.
Llovía como solo llueve en aquel pueblo, con una insolente lluvia oblicua, vertical y racheada, envolvente, diluvial. Me puse una gabardina, abrí mi paraguas y me dirigí a la parte de atrás del ábside, donde aparqué el coche, mi renqueante y achacoso viejo taxi.
Nos subimos los cuatro, los novios y los padrinos, y enfilamos la carretera que va a la capital de la provincia, una levítica ciudad amurallada desde que los romanos instalaron su campamento en tiempos del césar Augusto. Nos esperaba un restaurante para celebrar como Dios manda una boda en pequeño formato. Los cuatro teníamos reservados unos centollos que están en su mejor mes, comimos, bebimos y nos reímos, aunque mi esposo estuvo ausente como acostumbra, poco hablador y en exceso melancólico.
Después del almuerzo y de que Ada nos contara anécdotas que, pese a vivir en el mismo pueblo, yo desconocía y que provocaron carcajadas en nosotros y en los comensales vecinos, nos dispusimos a regresar.
En el camino hacia el aparcamiento pasamos frente a un estudio de fotografía. Subimos al primer piso y el retratista nos inmortalizó no sin antes preguntarnos qué aniversario de boda cumplíamos, inquiriendo el muy cabrón si eran nuestras bodas de oro y si nuestros acompañantes eran nuestros hijos. Asentí a las dos preguntas e incluso pude añadir que Humberto era nuestro hijo mayor, que lo tuvimos muy jóvenes y que Ada fue un regalo de última hora que llegó por sorpresa.
El hotel Méndez Núñez estaba junto al estudio y a mí lo que me pedía el cuerpo, después del marisco y del buen vino, era consumar el sacramento del matrimonio con mi marido recién estrenado en un bien mullido lecho de una habitación del principal y señero hotel de la capital. "



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