La posada roja (fragmento)Honoré de Balzac
La posada roja (fragmento)

"Al otro día, un cabo y cuatro soldados vinieron por el subayudante a las nueve de la mañana. Yo, al oír el ruido que los soldados hicieron, me asomé a la ventana. Próspero, al cruzar el patio, me miró. Jamás olvidaré aquella mirada henchida de pensamientos, de presentimientos, de resignación y de no sé qué triste y melancólica gracia. Fue como un testamento mudo e ininteligible, en virtud del cual un amigo legaba su perdida existencia a su postrer amigo. No hay duda de que para Próspero aquella noche había sido horrenda y espantosamente solitaria; pero quizá también la palidez de su rostro se debía a un estoicismo hijo de una nueva estimación de sí mismo. Tal vez, purificado por un remordimiento, creía lavar su falta en su dolor y en su afrenta. Magnán andaba con firmeza, y había hecho desaparecer la sangre de que involuntariamente se manchara. "Fatalmente, durante mi sueño he mojado las manos en ella, pues siempre tengo el dormir muy agitado", me había dicho el día anterior con horrible acento de desesperación. El infeliz iba a comparecer ante el consejo de guerra.
Al día siguiente la división debía avanzar, y el jefe de la media brigada no quería salir de Andernach sin castigar el crimen en el lugar mismo donde se cometía... Todo el tiempo que duró el consejo fue para mí de mortal angustia. Por fin, a eso del medio día, Próspero Magnán fue restituido a su calabozo.
En aquel instante daba yo mi paseo acostumbrado.
[...]
Los médicos no saben cómo aplacarla. Parece que causa atroces sufrimientos. Cierto día en que el infeliz Taillefer padeció un acceso durante su estancia en mis posesiones, me vi obligada a trasladarme a casa de una de mis vecinas para no oírlo; da unos gritos horrendos y quiere suicidarse; en aquel entonces su hija no tuvo otro remedio que hacerlo agarrotar en su cama y ponerle una camisa de fuerza. El pobre se figura que tiene en la cabeza animales que le roen los sesos y le producen dolores insoportables en el interior de cada nervio. Es tanto lo que sufre de la cabeza, que no sentía las moxas que tiempo atrás le aplicaban intentando distraerlo; pero el señor Broussön, a quien Taillefer nombró su médico de cabecera, las prohibió, bajo el supuesto de que la enfermedad era una inflamación nerviosa, contra la cual no había otra cosa que hacer sino aplicar sanguijuelas al cuello y opio a la cabeza. Y, en efecto, los accesos se hicieron menos frecuentes, y no ha vuelto a padecerlos más que de año en año, a fines de otoño. Al restablecerse, Taillefer repite constantemente que habría preferido perecer enrodado a sufrir tales dolores. "



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