Rodney Stone (fragmento)Arthur Conan Doyle
Rodney Stone (fragmento)

"Al finalizar la primera semana de mi estancia en Londres, tuvo lugar la cena que mi tío dio a los luchadores, como era costumbre en los caballeros de aquel tiempo cuando querían figurar ante el mundo como corintios o patronos del deporte.
Así, pues, no sólo invitó a los principales boxeadores de su época, sino a cuantos personajes de la buena sociedad se interesaban por ellos. Allí estallan Fletcher Reíd, lord Say y Sele, sir Lotario Hume, sir Juan Lade, el coronel Montgomery, sir Tomás Apreece, el honorable Berkeley Craven y muchos más. Habíase esparcido por los casinos el rumor de que iba a asistir el Príncipe, y se buscaban con empeño las invitaciones.
La hostería donde había de verificarse, que era muy conocida de todos los aficionados a los deportes, ostentaba el pomposo nombre de «El Carro y los Caballos», y su dueño había sido en sus buenos tiempos un boxeador muy aceptable. El servicio era todo lo más primitivo que pudiera desear el más genuino de los bohemios, siendo una de las muchas modas curiosas que han muerto ya el que los hombres, hastiados del lujo y la vida de sociedad, hallasen, al parecer, un aliciente grato descendiendo a los sitios más comunes y vulgares, de tal modo, que los garitos y sitios públicos de Covent-Garden y Haymarkett solían estar muchas noches llenos de gente ilustre que se complacía reuniéndose bajo sus ahumados techos. Para ellos era un cambio grato volver la espalda a los guisos de Weltjie y de Ude y comer en una cervecería un trozo de carne asada, remojada con un cuartillo de cerveza servido en un jarro de estaño. Un numeroso grupo esperaba en la calle para ver entrar a los boxeadores, y mi tío me recomendó mucho que tuviera cuidado con mis bolsillos mientras nos abríamos camino para llegar hasta el comedor, una habitación grande con cortinas rojas y descoloridas, piso enarenado y las paredes cubiertas de estampas, donde se veían pugilatos y carreras de caballos. Unas cuantas mesas manchadas de licor obscuro, separadas entre sí, ocupaban la habitación, y en torno de una de ellas se hallaban sentados media docena de atletas formidables, en tanto que uno, el más bruto de todos, sentado sobre la misma mesa, agitaba las piernas de un lado para otro. Junto a él había una bandeja con vasos y jarros de estaño. "



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