Conversación sobre la guerra (fragmento)José Asenjo Sedano
Conversación sobre la guerra (fragmento)

"En cuanto perdimos de vista el cañón echamos a correr hacia la balsa, junto a los olivos, a un lado de la carretera. El cielo estaba limpio, calentón y dulce. Sólo se veía plateada, ferruginosa, la cumbre de la sierra emergiendo sobre los cerros de color de tierra, pardos y rotos, en los que florecía el vello lejano de los álamos esqueléticos. Se perdían los grajos, negros y blandos, como enormes peces blandos y negros, que caían sobre las cumbres arrastrados por el viento. Todo lo demás permanecía inmóvil. Sólo de tarde en tarde se oía el ronquido largo y molesto de algún camión que bajaba del llano, entre los pinos, y que siempre se trataba de un vehículo militar.
Naturalmente, yo conocía bien a todos los niños del pueblo, tanto a los indígenas como a los forasteros que, circunstancialmente, a causa de la guerra, ahora vivían entre nosotros. Los acompañaba en muchas de sus correrías por el campo o por el cementerio. También por el río adelante. Un día, con un cencerro colgado del cuello, encontramos al loco del pueblo. ¿Adónde vas, José?, le preguntamos. Y él, sin dejar su camino, sin dejar de hacer sonar su campana, repetía: América, América, América… Y seguía pacífico su caminata, desnudo y con los pies metidos en el agua, anda que te anda, suena que te suena, hasta lejos, lejísimos, hasta que desapareció entre los cañaverales. América, seguía gritando, América, sin desviar la vista, desnudo y blanco, como un trozo de queso que tuviera figura humana. Pero, en esta ocasión, nos dirigimos a la balsa. Era muy poco lo que yo, entonces, sabía nadar. Por eso corría por la orilla, me daba un chapuzón y en seguida me salía y me tumbaba debajo de la higuera, donde los otros niños hacían coro en torno a los más grandullones, acalorados, los ojos brillantes, endulzados y lascivos, con aquel despertar de misterios insondables y pecaminosos, de historias increíbles y atrayentes, pegajosas, que se referían a mujeres de aquel mismo lugar, a muchachas que se acostaban con los soldados. La conversación, agria y dulce, era una baba que iba de una a otra boca, que volvía y que nunca se marchaba, porque a todos les gustaba ese estar y ese gustar y ese contar repetido, machacón, sabroso y nervioso, ese ir y venir, ir y venir de los pájaros bajo la sombra estéril de la higuera, con los ojos enrojecidos, lo mismo que serpientes que tuvieran la vista clavada en un solo, en un mismo, en un idéntico punto que giraba y giraba sobre el empalago de aquella conversación atrayente… Azul, azulísimo en el cielo, que bajaba de lo más alto y se expandía sobre las copas verdes, plagadas de pájaros, de los álamos, de los olivos, de los castaños grandes y redondos, fieros, que ponían sus patas abiertas en el filo mismo de los montes. Azul, azulísimo hasta el pueblo, cuyas casas salían sobre las moreras, manchadas de blanco, como de cáscara de huevo, con su torre ahumada y su cruz torcida, con una paloma solitaria. "



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