Los Abel (fragmento)Ana María Matute
Los Abel (fragmento)

"En esto llegaron las fiestas anuales del pueblo.
Ya desde por la mañana trajo el viento, por sobre las copas de los chopos, la música chirriante. Y me sorprendió encontrar en aquellos fragmentos retardados un encanto insólito, en la mañana tormentosa. Quizá, todo fuese igual: una bonita mentira rota en pedazos espaciados, llegando de lejos hasta clavarse en el alma con un pequeño estremecimiento. Pero sólo de lejos: ya que cuando me acercaba, a medida que los sonidos iban acordonándose y fundiéndose, todo se reducía a un ruidoso chasquido de platillos y trompetazos, brillando bajo la luz, sobre el quiosco de la plaza. Quizá, todo fuera igual. Y pensando en esto me encogí de hombros y cerré bruscamente la ventana.
Como Jacqueline no conocía nada de aquello, aún tenía curiosidad por la fiesta de la aldea. Y se empeñó en ir, para ver a las muchachas bailar unas con otras, inseguras sobre los zapatos y las piedras que trituraban sus pies aspeados. Porque los hombres no salían de las tabernas hasta el anochecer con los párpados enrojecidos y la garganta despellejada de tanta canción inútil. No sé por qué cantaban, si sus melodías no tenían un ápice de emoción. O quizá sí la tenían y pasaba sin rozarme.
Pero lo que Jacqueline buscaba era la silueta de Tito entre aquel amasijo de carne sudorosa y ronca. Nos subimos de pie en el banco de piedra que bordeaba la plaza. Detrás, bajo el puente, la canción del río palidecía.
Con la oscuridad de la noche, con la exigua luz de las bombillas, las parejas se apretaban en un silencio sensual, tropezando en las piedras, envueltos en nubes de tierra reseca. Eso me arrancaba una risa caliente, derramada hacia adentro. Y en el vaivén torpe del baile veía, sobre todas las cosas, muchos tacones altos de muchachas desgarbadas, doblándose grotescamente en un mal paso. "



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