Las últimas horas (fragmento)José Suárez Carreño
Las últimas horas (fragmento)

"Pero te digo que no pueden ser peores las ansias de la muerte. Estuve allí tiempo y tiempo, sin moverme, mientras el día abría del todo y se oía a la gente que ya andaba por las calles del pueblo. Las vecinas de mi casa hablaban unas con otras y se las oía barriendo. Y yo seguí allí. Te digo mi verdad. No pensé. Pero lo que se dice nada. En presidio, muchos hombres que también lo habían hecho, contaban que lo primero que sentían era una especie de necesidad de que desapareciera el cuerpo. Pero yo no pensé eso ni por un instante. El dolor me había paralizado y no podía ni pensar ni moverme. Después me calmé y estuve mirando las heridas que en su cuerpo había hecho. Pero lo miré sin acercarme y sin tocarla ni con un dedo. Estaba cansado y me tumbé en la cama, pero sólo pude estar así un instante. Me levanté de un salto, lleno de miedo. Creo que lloré durante algún tiempo. Sabía que tenía que hacer algo, pero no tenía alma ni para mover un dedo. Y seguí todavía en la habitación. Ésta se empezó a llenar de moscas. Esas moscas que hay durante el verano en todos los pueblos. Empezaron a posarse en la sangre y en el cuerpo de mi mujer y yo me puse a espantarlas, como un loco. Yo no sé bien el tiempo que estuve haciendo eso. Cuando me sentí rendido de agitar los brazos e ir de un sitio a otro para que se fueran, me sentí lleno de desconsuelo. Yo creo que si no hubiera estado tan abatido, es seguro que entonces me hubiera dado muerte. Pero estaba tan cansado que ni pensé en ello. Y así me marché de casa, sin saber siquiera lo que estaba haciendo. Eché a andar bajo el sol, que calentaba como un infierno, y crucé por en medio del pueblo, que a aquellas horas estaba ya desierto, con toda la gente en el campo haciendo la siega. Marché camino adelante, por ir, ya que la idea de escapar no se me había pasado siquiera por la cabeza. Si salí de la casa fue porque estaba cansado de luchar con las moscas y no podía seguir viendo cómo se posaban en la sangre y en el cuerpo muerto. Ya te digo que fui andando cosa de dos horas por aquel camino polvoriento. Sudaba copiosamente, pero eso no me importaba nada. Lo que ansiaba era seguir andando. Luego, cuando estuve ante los jueces y tuve que contar todo esto, ellos me dijeron que lo que pasaba es que yo quería huir. Pero he pensado muchas veces en cómo fueron las cosas y sé que no es cierto. Yo lo que quería era andar, pero me acuerdo como si fuera ahora que lo que me preocupaba más era que el carro tenía que estar listo para el acarreo, y yo me daba cuenta que nadie iría a enganchar los machos, porque yo era quien tenía que hacerlo, como carrero. Esto me preocupó mucho, porque estaba, como ocurre casi siempre en el campo, encariñado con las bestias que tenía a mi cargo. Eran dos mulos, uno de ellos grande y muy joven, con el pelo lustroso y negro. El otro era color ceniza y no tenía la alzada ni el poder del «Moro», como se llamaba el mulo negro, pero era valiente para el arranque y tiraba, si le animabas con la voz, como un rayo. "


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