Amor robado (fragmento)Dacia Maraini
Amor robado (fragmento)

"En la fotografía aparecen Giusi y Rosaria sujetando el velo de la novia, su joven y delicada madre, Carmelina. Lo pasaron en grande haciendo de damas de honor aquel día de mayo, en una iglesia colmada de flores, ante un cura tartamudo que repetía treinta veces cada palabra. Una mujer que, tras perder a su marido a los veinticinco años, había logrado sacar adelante a dos niñas ella sola y, por fin, luego de tantos trabajos, había encontrado un hombre que la amaba y estaba dispuesto a casarse con ella, pese a tener dos hijas. ¿Acaso no era un milagro? Un hombre culto, cortés, un músico refinado. ¿Qué más podía pedir?
Giorgio Politi es alto y elegante. Su cabello castaño se derrama sobre la frente espaciosa: continuamente se lleva la mano a la cabeza para apartar el flequillo que le tapa los ojos. Tiene una mirada tímida, ansiosa. Sus ojos, de un color entre verde y azul, cautivaron a Carmelina nada más verlos.
Sus manos «son preciosas de verdad», decía ella complacida. Sus largos dedos se posaban sobre las teclas del piano con una ternura y una elegancia que la dejaban admirada. Jamás habría pensado, esa hermosa mujer de tez oscura del profundo sur, que sería capaz de enamorar a un sofisticado pianista de cabello castaño y ojos luminosos nacido en Milán, criado en un colegio de curas de Brescia y que en la actualidad daba conciertos en el Vaticano.
A pesar de las dos niñas, él había insistido en casarse con ella. Y ella, tras un periodo de incertidumbre debido más a la discreción que a otra cosa, había aceptado, convencida de suscitar en él un amor profundo. Por eso, el día de la boda, les pidió a las niñas que se vistieran de damas de honor, como en las películas.
Para las dos hermanitas, fue un día emocionante y sorprendente. La noche anterior se habían quedado despiertas hasta tarde con el novio, que quería ayudarlas a probarse el espumoso tul blanco. Había entrelazado con fresas frescas las diademas que ceñían el cabello de las niñas; para ajustarles el tul a la cintura había improvisado dos cintas brillantes de color malva y las había hecho calzarse con unos zapatitos rojos que sobresalían por debajo del tul blanco. "



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