César o nada (fragmento) "Hay una hora en estos pueblos castellanos, adustos y viejos, de paz y serenidad ideales. Es el comenzar de la mañana. Todavía los gallos cantan, las campanadas de la iglesia se derraman por el aire y el sol comienza a penetrar en las calles en ráfagas de luz. La mañana es un diluvio de claridad que se precipita sobre el pueblo amarillento. El cielo está azul, el aire limpio, puro y diáfano; la atmósfera transparente no da casi efectos de perspectiva, y su masa etérea hace vibrar los contornos de las casas, de los campanarios y de los remates de los tejados. El viento, frío y sutil, juega en las encrucijadas y se entretiene en torcer los tallos de los geranios y de los claveles que llamean en los balcones. Hay por todas partes un olor de jara y de retama quemada que viene de los hornos donde se cuece el pan, y un olor de alhucema que viene de los zaguanes. El pueblo se despereza; pasan algunos curas camino de la iglesia; salen de su casa algunas devotas y comienzan a llegar vendedores y vendedoras de los pueblecillos próximos. Las campanas hacen ese tilín talán triste que parece exclusivo de estos pueblos muertos. En la calle principal los comercios se abren; un muchacho con una pértiga cuelga las mantas, las alpargatas, las boinas en la portada. Recuas de mulos se ven delante de los almacenes de trigo; algunos carboneros pasan, vendiendo carbón, y mujeres campesinas llevan del ronzal borriquillos cargados con cántaros y cazuelas. Se oyen todos los pregones, todos los ruidos característicos del pueblo. El que vende leche, el que vende miel, el que vende castañas, tiene sus inflexiones propias y tradicionales. El velonero da unos golpes sonoros con dos candeleros de cobre; el afilador silba en su flauta... Luego, al mediodía, vendedores y campesinos desaparecen, el sol aprieta y la tarde es aburrida y enervante. " epdlp.com |