Un año en el altiplano (fragmento)Emilio Lussu
Un año en el altiplano (fragmento)

"El general Leone no se daba tregua. Lo habían citado en la orden del día del ejército y esa distinción lo incitaba a nuevas intrepideces. Aparecía en el frente, de día y de noche. Era evidente que estaba preparando otras empresas, pero la brigada había sufrido pérdidas demasiado graves y no se podía emplear sin antes haberla reconstituido. En mi batallón solo habían quedado doscientos soldados, incluida la sección de ametralladoras de Ottolenghi, que durante la acción había servido de protección en las trincheras. Estábamos reducidos a tres oficiales. El capitán Bravini, cuya herida en el brazo habían considerado leve, murió en aquellos días. Otro oficial, herido en un pie, tuvo que ser ingresado en el hospital y operado.
El final de julio y la primera quincena de agosto fueron para nosotros un descanso largo y dulce. Ni un solo asalto en aquellos días. La vida de trinchera, aunque dura, es una fruslería en comparación con un asalto. El drama de la guerra es el asalto. La muerte es un acontecimiento normal y se muere sin espanto, pero la conciencia de la muerte, la certeza de la muerte inevitable, vuelve trágicas las horas que la preceden. ¿Por qué se habían matado los dos soldados de la 10ª? En la vida normal de la trinchera, nadie prevé la muerte ni la considera inevitable y esta llega sin anunciarse, repentina y suave. Por otra parte, en una gran ciudad hay más muertos por accidentes imprevistos que en la trinchera de un sector de ejército. También las incomodidades son poca cosa, incluso los contagios más temidos. El propio cólera, ¿qué es? Nada. Lo tuvimos entre el 1º y el 2º ejército, con muchos muertos, y los soldados se reían del cólera. ¿Qué es el cólera en comparación con el fuego de una ametralladora?
Aquellos días de vida en calma en una trinchera fueron incluso gozosos.
Los soldados canturreaban a la sombra. Releían cien veces las cartas recibidas de casa, cincelaban las manillas de cobre separadas de las granadas, se espulgaban felices y fumaban.
De vez en cuando nos llegaban algunos periódicos y nos los pasábamos unos y otros. Eran todos los mismos y nos irritaban. La guerra aparecía descrita en ellos de forma tan extraña que nos resultaba irreconocible. El valle de Campomulo, que después del monte Fior habíamos atravesado sin encontrar un herido, figuraba descrito como «atestado de cadáveres»: de austríacos, naturalmente. La música nos precedía en los asaltos y era un delirio de cantos y conquistas. También nuestros periodistas militares eran muy aburridos. La verdad la teníamos solo nosotros: delante de nuestros ojos.
Un día, vino a verme el subteniente Montanelli. Era un veterano del 2º batallón, comandante de la unidad de zapadores. Era estudiante de ingeniería en la Universidad de Bolonia y nos conocíamos desde el Carso. También él era uno de los pocos que habían escapado con vida de los combates del altiplano. Llegó cuando estaba yo leyendo. "



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