Daniel Stein, intérprete (fragmento)Liudmila Ulítskaya
Daniel Stein, intérprete (fragmento)

"Resulta que usted es la única persona con la que puedo hablar de lo más importante para mí. Me doy cuenta de que una confesión de este tipo puede causar una gran incomodidad a su destinatario. Pero, conociendo sus enormes dotes espirituales, le suplico que me escuche. La forma escrita es la más cómoda porque hay cosas más difíciles de decir que de escribir. Pero usted no puede no entenderme. Precisamente porque tiene esa experiencia rara e indescriptible que me explicó durante nuestro último encuentro. La experiencia del contacto directo, la experiencia de escuchar y de ver cosas invisibles. También a mí, desde la primera juventud, casi desde la infancia, se me reveló la existencia del mundo del espíritu, y esta revelación me alejó de las niñas de mi edad.
Le dije que perdí a mi padre muy temprano, no guardo de él ningún recuerdo. Mamá murió cuando yo tenía nueve años y me crió una tía, una buena mujer, pero muy desabrida. No tenía hijos, ya no era joven. Se casó por primera vez en torno a los cuarenta años y su matrimonio me causó muchos disgustos. Su marido tenía alguna ascendencia oriental; aunque su apellido era ruso, su aspecto era completamente tártaro. También su crueldad era tártara. Mi tía lo adoraba, estaba pegada a él como una gata y desde entonces se me quedó para siempre una repugnancia por la vida física: vivíamos en una sola habitación y su trajín nocturno me producía ataques de auténtica náusea. Rezaba a la Madre de Dios que me preservara de aquello y entonces empezaba a oír música. Era un canto angelical y me arropaba como un abrigo, me calmaba y me quedaba dormida, y mi sueño continuaba, arrullado por esa música. Cuatro años duró el matrimonio de mi tía, era una obsesión carnal, y su impudicia era una tortura, aunque la música me protegía mucho. Luego aquel horrible Guennadi fue transferido a otro lugar (era militar) y desapareció para siempre. Al principio mi tía trató de encontrarlo, pero era evidente que había dado instrucciones para que no le dieran a mi tía la nueva dirección. Su matrimonio no estaba formalizado. Le confesaré que, creo, tenía una mujer oficial que se había negado a trasladarse con él a Vilna, pero luego aceptó a seguirle a no sé qué otro lugar. Por lo demás, no tiene importancia. Mi tía se volvió completamente loca. Estaba siempre recuperándose en clínicas psiquiátricas y para mí fue un gran alivio irme a vivir a Píter. Reconozco con vergüenza que la visitaba en muy contadas ocasiones. Pero ella me recibía con tanta hostilidad que me hacía dudar si valía la pena o no ir a verla. De aquellos años difíciles recuerdo que mi defensa siempre fue la Virgen y su música angelical. Cuántas veces lamenté que Dios no me hubiese concedido el don de recordar esa música y luego reproducirla. Desde entonces estoy del todo segura de que los grandes compositores, como Bach y Händel, se limitaban a transcribir los sonidos que les llegaban del cielo por gracia divina. "



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