Sentimentales (fragmento)Manuel Longares
Sentimentales (fragmento)

"Iniciaba mi tercer decenio de vida cuando contraje matrimonio canónico una mañana ventosa en que el parque del Gorgorito amaneció con escarcha, tardó el cielo en depurarse, las lluvias se presentaron a ráfagas y en el mentidero de la plaza del Motete un fagot de Septimino se colgó de un aligustre por un bemol inesperado.
Flores, frutas y mariposas primaverales me inyectaron coraje para proponer a mi dama un intercambio de papeles: deseaba concederle las prerrogativas masculinas y apropiarme de las desventajas femeninas. Una claudicación sin matices en la que renegaba de los privilegios conferidos al varón en la historia de la humanidad para adoptar el papel arrinconado y doméstico de la mujer. Algo que, al no cambiar de frac o de colonia ni retocarme la expresión ante el espejo, al primer golpe de vista no se notaba.
Me movía a esta condescendencia mi gran amor por Armonía Mínguez. Grabadas en mi mente estaban su pureza celestial y sus curvas carnosas, tenía su nombre impreso en la sonrisa pasmada de mis labios, mis manos de lacayo apoyaron mil veces en el piano del palacete sus solipsismos de flauta y otras tantas en que pretendí inmortalizarla en un dibujo, acabé tirando a la escombrera los folios de mi ineptitud.
En la madrugada, requerido por las emociones que encenagaban a mi indócil, afirmaba que mi cuerpo, mi alma y todo mi patrimonio de sentimental de raza pertenecía a quien descansaba a mi lado en el lecho con el cíngulo sodomita por montera y el antifaz de los sueños complacientes.
Por hacer feliz a mi Armonía de sangre azul renunciaba a mis beneficios de varón. Pese a mi tendencia a equivocarme, estaba tan seguro de mis sentimientos que no demoré mi compromiso ni recurrí a la diplomacia para limar sus aristas. Desde la noche de bodas me lo fijé como objetivo de mi matrimonio sin alertar de ello a nuestro entorno para evitar un aplazamiento o la revisión de los aspectos más controvertidos.
Fiel a la deriva literaria marcada por Hamelin, me traicioné como hombre sin que Armonía Mínguez me emplazase a ello o alentara mis elucubraciones. Aunque no es menos cierto que, después de su viaje por medio mundo con nuestra orquesta de acelerados, era insensible a mis dotes seductoras.
Definitivamente renegué de tahúres, piratas o astros del bronce y del cuerno y ni siquiera en mis ejercicios de dedos flagelaba el piano del palacete con el vigor del clavecinista del Fandango en Re, sino que, abrazando el modelo femenino por antonomasia, desde que Armonía Mínguez se ausentaba del hogar yo permanecía junto a la ventana de nuestro dormitorio a verla venir. "



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