El lechero (fragmento)Anna Burns
El lechero (fragmento)

"¿Así que de eso se trata? -inquirió, fingiendo un pretendido asombro que no surtió otro efecto más que el de la confirmación de nuestras sospechas en lo referente a ella, en definitiva, nada había más allá de la presunción de la pálida fragilidad de la que daba testimonio en nuestra presencia. Podía asumir la veracidad de esta circunstancia incluso aunque me hallara en una céntrica posición, alejada de mi propia área de influencia, de mi propia convicción religiosa, como parte integrante de una clase en la que nombres como Nigel o Jason no tenían razón de ser, que carecía de desórdenes o de discordancias, de una férrea consistencia más allá de la consabida debilidad. Es una certidumbre que deberíamos reconocer, con independencia de la lealtad hacia la fe particular, quién era víctima de la disarmonía y quién de la truculencia de la desmedida exageración y todo ello desde la última clase que impartiera nuestra profesora. Nos parecía evidente que la condición del francés era efímera, ya que ella era la única profesora docta en esa materia. Esa tarde, como solía suceder, el inglés se erigía en la materia objeto de nuestro estudio, lo cual significaba, en contrapartida, que el vaivén del francés se encontraba en una órbita mucho más distante del dintel de las ventanas del aula. Su mirada taciturna había sido depositada sobre esa lejanía y su atención dispersa se había concentrado en algún punto infranqueable para nosotros -una mujer de espalda erguida sobre un imaginario corcel- y, de alguna manera, lo señalaba con su pluma.
[…]
Nos aprestábamos a mirar, aunque las excelencias de los atardeceres no fueran parte integrante de nuestros currículums y en cierto modo sentíamos que el cielo como de costumbre oscilaba entre el azul claro más diáfano a un tono más índigo dentro de la misma gama cromática. Fui consciente desde aquella reciente y alarmante puesta de sol de una sensación similar a la que tuve quizás con respecto a mi novio de antaño, la certeza de que ese cielo de la clase de francés en realidad difería de color. Cualquier persona tendente a la discusión o a la intemperancia de una postura férrea se habría visto incitada a admitir la impermanencia de cualquier tono de azul en la ventana de nuestra clase como nos sucediera a nosotros. Y, sin embargo, también se habría sentido de algún modo intranquila. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com