Lo que está en mi corazón (fragmento)Marcela Serrano
Lo que está en mi corazón (fragmento)

"Efectivamente, la cocina era cuadrada y espaciosa y llenaba todas las fantasías de lo que podría llamarse una cocina mexicana; estantes azul rey en tres de sus muros mostraban grandes cucharas de palo, platos de talavera azulinos y blancos, fuentes pintadas de verde y jarros de vidrio rojo con copas de diversos tamaños. Resultaba fácil asimilar los azulejos castaños del suelo, con dibujos en líneas café y amarillas, a su dueño y su colorido; parecían tan frescos y acogedores, ¡cuántas ganas de tenderse sobre ellos y reposar!
Al contrario que en la cocina, el desorden en la sala lucía descomunal, libros y papeles por doquier sumados a los anaqueles ya rebasados, algunas esculturas de corte prehispánico en el suelo, un par de vasos sucios bajo la mesa, una frazada tirada con descuido sobre el sillón, desparramados lienzos y frascos de pintura, jarros con agua, sobres de discos compactos, como si ningún objeto contase con un lugar propio. Ansié vivir unos días en aquel desarreglo atiborrado, se me antojó nostálgico (la niñez, la casa paterna donde la estética no era programada; esta se producía espontáneamente a través de los rastros materiales que iba dejando la vida, a través de las maderas siempre acogedoras de muebles impares frente a las fétidas estufas de parafina, a través de los visillos de macramé descompaginados con chales y tejidos de parches arriba de los sillones, a través de las alfombras multicolores de lana barata confundidas entre montañas de periódicos, documentos, recortes, carpetas. No recuerdo ninguna línea de aluminio helado. Hacia ello quisiera a veces retornar. Pero Gustavo posee opiniones sobre tantos temas que las mías no caben, las suyas siempre tan certeras y fundadas —como las que profesa sobre el diseño y la arquitectura— que me pareció desde el inicio más cómodo, más fácil y llevadero adaptarse a ellas antes que emprender una batalla perdida de antemano. Por esa razón he vivido los últimos seis años de mi vida en la dictadura del minimalismo, comprendiendo que en él no cabe ninguna improvisación.
La habitación que Luciano me ha cedido es monacal. Bajo el techo muy alto solo divisé una cama de dos plazas, y la pequeña mesa con su respectiva silla semejaban despojos de una sala de escuela pública; sus muros naranja, un tono más bajo que el eléctrico, mostraban imprecisos círculos más claros o más oscuros, como si una esponja se hubiese dislocado en redondo produciendo esa rara textura. "



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