La previa muerte del lugarteniente Aloof (fragmento)Álvaro Pombo
La previa muerte del lugarteniente Aloof (fragmento)

"Fue fácil dar con ellos. Con la torre del campanario de la iglesia como referencia, me llegué hasta lo que parecía ser la plaza mayor. Era una plaza cuadrada, la iglesia ocupaba uno de los lados y los otros tres lados tenían arcos de medio punto. En uno de los balcones opuestos a la iglesia había un asta de bandera sin bandera. Pensé que sería el ayuntamiento y me dirigí allí sin pensar en más. El aire desmadejado de la tropa se había acentuado si cabe. Reconocí algunas caras. Me sorprendió la desfiguración de la soldadesca. Erraban por la plaza aquella con un aire entre chusco y fantasmal de cesantes o parados que, sin embargo, no estuviesen haciendo cola en busca de un empleo sino que hubiesen sido ya descartados, muy de mañana, y se viesen obligados ahora a matar el tiempo hasta el día siguiente. Nadie hizo ademán de detenerme cuando me encaminé escaleras arriba hacia donde suponía estaba el despacho del alcalde. Vi en el primer piso una puerta de doble hoja y la abrí y entré. Había algunas personas reunidas en torno a la mesa del alcalde, el sillón ocupado por el sargento y sentado a su lado, en una silla, Redkins. La verdad es que mi entrada causó gran sensación. Eso me divirtió. «He venido a entregarme, sargento. Me fui a dar un garbeo y ahora ya estoy de vuelta», dije con voz firme. El sargento me miraba cejijunto, enfurruñado, y como embutido en su sillón, que de alguna manera le venía grande. Redkins dijo: «Ea, sargento, parece que el teniente ha decidido honrarnos de nuevo con su compañía. Debemos darle la bienvenida.» «¡La bienvenida, un carajo!», exclamó el sargento. Decidí jugar la carta más cínica posible y dije: «Me ha desilusionado, sargento. Contaba con una persecución en toda regla y descubro que sencillamente me han olvidado. Es triste ser olvidado por los amigos.» «¡Usted no es amigo mío!», exclamó el sargento. Estaba claro que no sabía cómo reaccionar. Tendí la mano al alcalde y me presenté como teniente del Regimiento 52 de Infantería de la Guarnición de Calambín. Me ofreció tomar asiento y así lo hice. Sólo el sargento mostraba hostilidad. «Usted se lo tiene creído, teniente. Aquí no pinta nada.» «Nadie pinta nada en esta guerra, sargento. Ni siquiera sabemos qué guerra es o contra quién se lucha. Como estudiantes en un ejercicio táctico, hemos adoptado convencionales posiciones que definimos como la posición enemiga, nuestras defensas, nuestra retaguardia, las posiciones avanzadas. Pero es todo imaginario. En realidad lo único sólido, mi sargento, es el hecho de que hemos llegado aquí, a este pueblo, y que nos imaginamos ser soldados que luchamos contra un enemigo imaginado, pero sólo estamos nosotros. Ni siquiera somos cartagineses y romanos, como en las antiguas guerras escolares de nuestra infancia. Carecemos de sustancia real.» El sargento me interrumpió con violencia. "


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