La sonrisa del cordero (fragmento) "Y me callé. Las ramas del terebinto crujían al viento, de la aldea llegaban lejanos gritos de alegría. Mi padre dijo: Jamás les descubras que sabes hablar; cuídate mucho de ellos. Y se calló. Me miraba sorprendido. Estaba tumbado, con los brazos extendidos; yo notaba el arrepentimiento y las dudas que se formaban en la oscuridad, detrás de su cuerpo. No podía dejarlo así. La miseria había vuelto a él para dejarlo con vida, para matarlo con lenta crueldad. No podía permitir que la miseria lo lastimara tanto, después de haberme tocado a mí con tanto placer. Después de haberle permitido reír conmigo. Porque era contra la miseria contra lo que yo debía luchar. Ella fue la responsable de la muerte de Shaaban Ibn Shaaban en su tienda, en su cama, hinchado y apestando por la hepatitis, mientras las hienas hincaban los dientes en su carne cuando aún estaba con vida. Ella es la que nos mata a todos aquí, haciéndonos doblegar hasta el suelo y aplastándonos desde hace siglos, de forma tal que ya la llamamos «nuestro sino»; ella es la que convierte a los hombres de treinta años en ancianos, la que no deja que nuestros niños puedan soñar lo mismo que otros en cualquier otra parte. Por esta razón me arrastré en la oscuridad dirigiéndome hacia el extremo de las piedras, tirando tanto como podía de la cuerda atada a mis piernas, hasta que conseguí ponerme en pie debajo del lazo que colgaba, juntando los brazos con las rodillas y doblando mi joroba. " epdlp.com |