Una mujer muerta (fragmento)Hubert Crackanthorpe
Una mujer muerta (fragmento)

"Jonathan observó la marcha de la calesa hasta que ésta dobló la esquina; entonces se pasó con rudeza el dorso de la mano por los ojos con tosquedad y volvió a entrar en el campo. Las ovejas levantaron la cabeza un instante y la bajaron para seguir mordisqueando los nabos. Cruzó los brazos en la parte superior de una valla, apoyó la barbilla en ellos y contempló lo que tenía delante. La barba rojiza le brillaba con el reflejo del sol poniente, y el gesto de sufrimiento reprimido otorgaba un curioso refinamiento a sus facciones marcadas. Y la tracería fantástica de un par de robles retorcidos destacaba en el resplandor como si fuera el incendio de una ciudad en el horizonte.
Después de aquello, una obstinada combinación de calamidades tuvo muy ocupado a Jonathan: un brote de enfermedad entre las ovejas, sumado a la marcha inesperada del pastor y a la destrucción de una valla tras otra por una crecida repentina del río. A medida que su energía, pertinaz y a veces casi desesperada, vencía una dificultad, aparecía otra nueva.
A unos tres kilómetros de distancia, en el pueblo, la procesión de días anodinos desfilaba con lenta regularidad. Rushout sólo se levantaba por las mañanas para quedarse horas aletargado delante de la chimenea de la salita detrás de la barra, ora contemplando las ascuas, ora sumido en un necio sueño.
La voz estridente de la «escoba de mujer», según el mote que Jonathan le había puesto, le chirriaba en los oídos a todas horas, hasta que se decidió a echarla. Pero no puso en práctica su decisión y la estuvo retrasando, primero por una cosa, después por otra. A cada hora que pasaba, su indiferencia al mecanismo del pequeño mundo que le rodeaba se hacía más profunda.
Sin embargo, una mañana notó que la pelea de voces de la cocina cobraba mayor intensidad de lo habitual, y Mary, la doncella, se presentó delante de él, con las mejillas encendidas y la voz trémula de emoción. Dijo que no quería que la siguieran tratando como a un perro. Tenía intención de despedirse; ya lo había soportado demasiado tiempo. Cuando él protestó e intentó calmarla, la chica, prorrumpiendo en llanto, expuso un catálogo detallado, aunque espasmódico, de los abusos, la tiranía y los insultos a los que había estado sometida. «Todo esto no habría pasado si la pobre señora siguiera viva.» Ante esas palabras, Rushout sintió que su apatía se deshacía como una cortina de niebla, y la recuperación temporal de su antiguo ser le conmovió de manera extraña. "



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