El crimen del ómnibus (fragmento)Annie Haynes
El crimen del ómnibus (fragmento)

"Desde la representación de Les Chevaliers du Brouillard, Paul Freneuse vivía como un ermitaño o, lo que es igual, como un artista que lleva un considerable retraso en el cuadro que debe enviar al jurado, y que trabaja con tesón por miedo a no llegar a tiempo a la inauguración del Salón.
La primera jornada había sido dura. Su caza al hombre le rondaba por la cabeza. Se reprochaba el haber vuelto con las manos vacías y decidió reiniciar la búsqueda en cuanto se presentara la ocasión.
También pensaba —más de lo debido— en la señorita Paulet y, cuando tomaba posición ante su caballete, la imagen de la hermosa Marguerite, evocada por su imaginación de pintor enamorado, se interponía continuamente entre sus ojos y el lienzo.
Este hecho sólo ocurrió en la primera sesión. Desde la segunda, la pasión del arte triunfó. Los recuerdos de la carrera en el coche de punto se disiparon, los fantasmas se esfumaron y su único pensamiento consistía en crear una obra maestra.
Era un buen momento para terminarla.
El señor Paulet, imposibilitado por su duelo, demoraría aún algún tiempo su proyecto de visitar el estudio, idea que había surgido en la conversación de forma vaga. Lo cierto es que jamás recibía a nadie en su estudio.
Freneuse le había entregado su tarjeta y no temía ser perturbado por ese lado.
Y para colmo de su buena suerte, Binos no había vuelto a rondar por la casa de su amigo. Binos, que se pasaba la vida holgazaneando en su estudio y fumando sus interminables pipas, se había vuelto invisible.
Freneuse no sentía inquietud alguna por él. Pensaba que su fantasioso amigo habría plantado su tienda de campaña en el Grand-Bock o en algún otro acogedor tugurio, a no ser que estuviera jugando a ser policía siguiendo los pasos de los autores del crimen del ómnibus.
Freneuse sabía que volvería cuando tuviera novedades que anunciarle o, mejor aún, cuando se agotara su crédito en los cafés donde bebía a cambio de su palabra.
Y Freneuse no lamentaba su ausencia en absoluto, pues Binos era una compañía insoportable para un artista diligente.
Binos no estaba nunca quieto, lo tocaba todo y no podía estar más de un minuto sin hablar. Se lanzaba a teorías interminables, aderezadas con extravagantes paradojas que habrían sacado de quicio al hombre más paciente, y no había modo de hacerle callar. "



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