Menos de un día (fragmento)Camillo Boito
Menos de un día (fragmento)

"Después de comer nos encaminamos lentamente hacia el Santuario rodeando el pueblecillo. Empezaba a oscurecer. Los rayos de la luna vencían ya la luz del crepúsculo cuando entramos en una gran alameda flanqueada por pinos antiguos, que conduce recto a la iglesia. Media hora más tarde, se apreciaban unas líneas regulares formadas por las sombras negras de los árboles, negros también, que se iban empequeñeciendo poco a poco ante nuestra vista y convergían en un ángulo bajo la cúpula del templo, que a esa distancia, envuelta en los vapores de la noche, parecía enorme. De un lado a otro destacaban sobre el fondo oscuro hosco del terreno unos bancos de mármol blanco. Matilde apoyaba una mano en mi hombro y yo la cogía a ella por la cintura: caminaba callada. Yo estaba inmerso en una contemplación indeterminada; mi corazón se disolvía, se evaporaba en la felicidad: sentía cómo las moléculas volátiles de mi alma se difundían y se esparcían en una inmensa parte de tierra, en una inmensa parte de cielo. Mi pensamiento ya no aferraba nada: lo invadía todo.
Mirábamos las sombras a nuestros pies. De vez en cuando levantábamos los ojos para mirarnos fijamente a la cara con ternura: y nuestros labios se tocaban.
De repente nos encontramos en medio de una gran sombra opaca, y oíamos al mismo tiempo un canto quedo de salmos, voces femeninas. A la izquierda de la alameda surgía una ermita: el pórtico lo sostenían unas columnas muy finas y estaba cubierto por una amplia marquesina de madera. La puerta estaba abierta y dejaba ver una claridad muy tenue. Entramos. Un monje solemne con barba plateada estaba leyendo las letanías a la luz de una vela que sostenía con la mano temblorosa, y a cada versículo respondía cantando una docena de campesinas arrodilladas. El resto de la vela del monje, en las tinieblas de la iglesia, enviaba una tenue y trémula claridad sobre las cabezas inmóviles de las mujeres y permitía vislumbrar unas extrañas y lúgubres formas. Parecía como si en el fondo de éstos brillaran, pálidas, dos mechas, parecía que el techo negro, con grandes vigas, se transformara en la tenebrosa escalera de las regiones de los fantasmas. Un pálido rayo de luna entraba por una ventana estrecha de la capilla.
Cuando las letanías tomaron un ritmo más rápido y parecía que las voces crecían y producían eco, las mujeres se levantaron y el monje apagó la vela. La oscuridad invadió todo salvo la parte del suelo de la capilla donde la luna enviaba un fino rayo de luz. Algunas sombras pasaron por delante de nosotros sin vernos. Nos quedamos solos en aquel triste silencio. La iglesia adquirió una amplitud desmesurada. Matilde se apretó con fuerza a mi cuerpo y sentí en la mejilla un mordisco divino. "



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