La hermana mayor (fragmento)Zsigáné Gyarmathy
La hermana mayor (fragmento)

"Julia volvió con más fervor a su pesado trabajo. Hacía de todo. ¿Para qué pagar hombres que levantasen su cosecha, si ella era capaz de manejar la hoz? ¿Y no era capaz, también, de embolsar el grano? No. Ella no daría su dinero a nadie: el dinero debe guardarse para la vejez, para cuando una pierde las fuerzas. Ella estaba sola en el mundo, y tenía que pensar para el futuro... Por la misma razón, no gastaba dinero en vestidos: remendaba y arreglaba los viejos. Y así con el pan: lo amasaba con sus propias manos, una vez por semana o cada quince días, porque el pan fresco se come más. Pronto todos la llamaron “la solterona tacaña”; y era justo, porque el ansia de juntar dinero había substituido en su corazón el amor por la hermana.
Se sintió mal de los ojos, y no fue a ver un médico, pues a los médicos hay que pagarles. Pero los ojos valen mucho, también; y resolvió ir a la Gruta Negra, donde hay un agua que hace bien a los ojos y está a disposición de todos. Caminó tres días para llegar. El agua fue realmente milagrosa, porque la curó en poco tiempo. Pero Julia dijo que no iría más a la gruta. Allí se había sentido muy cerca de la muerte; había experimentado sensaciones extrañas, algo así como el frío de las tumbas. Además, en esos vapores sulfurosos aparecen cosas que uno quisiera no ver: luces breves que brillan como cabezas de alfileres y que después se agrandan convirtiéndose en ojos... en ojos conocidos, familiares. Esos ojos la habían mirado con una suprema invocación, como miran los ojos de los agonizantes...
Pero Julia ahuyentó esas visiones; y quiso olvidarse de ellas como quería olvidarse de la hermana. No; no volvería a la gruta. Otra vez, si era necesario, pagaría a un médico.
El fulgor de septiembre también tembló sobre los campos, y Julia se dispuso a recoger el fruto de su trabajo. Si se empeñaba, tomaría la cosecha antes de la noche; después, con el alba, cortaría también la alfalfa.
Julia miraba con orgullosa ansiedad su campo de esmeralda: era un terciopelo verde, aquel campo donde florecían flores que habrían de convertirse en dinero. De pronto, la mujer sintió su rostro arrebatado. Alguien venía hacia ella, pisoteando brutalmente las flores. Julia avanzó airada, la hoz en una mano, hacia aquel hombre. Pero cuando vio que era el cartero, dominó su fastidio; ese hombre era un poco estúpido y quizá medio loco. Julia vio algo más que hubiera querido no ver: el cartero tenía en la mano un papel amarillo. Era un telegrama.
¡Un telegrama! La campesina sintió que las venas se le vaciaban... ¡Dios nos libre de esos papeles amarillos que muerden como perros rabiosos!... ¿Por qué, por qué le mandaban a ella un telegrama?...
Julia recordó que, cuando estaba colocada en casa de unos señores, la patrona recibió un papel igual y se desmayó. En ese papel le decían que había muerto su única hermana. Para Julia, un telegrama y la noticia de una muerte eran una sola cosa. "



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