Diálogo entre un sacerdote y un moribundo (fragmento)Marqués de Sade
Diálogo entre un sacerdote y un moribundo (fragmento)

"¿Cómo puedes pretender razonablemente que acepte como prueba algo que no ha sido probado? Para que la profecía se convierta en prueba sería preciso que, antes, yo tuviera la completa certeza de que ha sido hecha; pero, he aquí que al estar consignada en la historia, no puede tener para mí más fuerza que la que tienen los demás hechos históricos, extremadamente dudosos en sus tres cuartas partes. Si a esto agregamos la más que verosímil sospecha de que nos son transmitidos por historiadores interesados, tendré, como ves, todo el derecho de dudar. ¿Quién me asegura, por otra parte, que esta profecía no ha sido hecha a posteriori; que no es sino el resultado de una muy simple política, como la que ve un reino feliz bajo el dominio de un rey justo o la helada en el invierno? Con todo esto, ¿cómo quieres que la profecía, tan necesitada de prueba, pueda convertirse ella misma en prueba?
En cuanto a tus milagros, ya no me engañan. Todos los pícaros los han hecho y todos los tontos han creído en ellos. Para persuadirme de la autenticidad de un milagro tendría que estar seguro de que el suceso así denominado fuese absolutamente contrario a las leyes de la naturaleza, pues sólo lo que le es extraño puede pasar por milagro. ¿Pero quién la conoce lo suficiente para atreverse a afirmar categóricamente cuál es el punto donde ella se detiene y cuál aquél otro en que ella es violada? No se necesitan más que dos cosas para acreditar un pretendido milagro: un volatinero y unas mujercitas; vamos, no pretendas encontrar otro origen a los tuyos, todos los sectarios novatos los han hecho y, lo que es más singular, todos han encontrado imbéciles que les han creído. Tu Jesús no ha sido más original que Apolonio de Tiana, y sin embargo a nadie se le ocurre tomar a éste por un dios. Por otra parte, tu argumento más débil es, sin duda, el que se refiere a tus mártires; no es preciso más que entusiasmo y resistencia para serlo. En tanto que la causa opuesta me ofrezca tantos mártires como la tuya, no estaré jamás suficientemente autorizado para suponer a una mejor que la otra. Me siento en cambio muy inclinado a suponer a las dos dignas de lástima.
Ah, amigo mío, si el dios que predicas existiera realmente, ¿tendría necesidad de milagros, de mártires y de profecías para establecer su imperio? Y si, como dices, el corazón del hombre fuese su obra, ¿no sería ese el lugar que habría elegido como santuario para su ley? Esta ley justa, puesto que emanaría de un dios justo, se encontraría grabada de modo irresistible dentro de todos, y de un extremo al otro del mundo todos los hombres, igualándose por este órgano delicado y sensible, rendirían igual homenaje al dios de quien lo hubieran recibido; todos tendrían una sola manera de amarlo, una manera de adorarlo o de servirlo y se les haría tan imposible ignorar a este dios como resistirse a la íntima inclinación que sentirían por su culto. ¿Qué veo en el mundo en lugar de esto? Tantos dioses como países, tantas maneras de servir a esos dioses como diferentes mentes o diferentes imaginaciones; ¿y esta diversidad de opiniones en la que estoy prácticamente imposibilitado de elegir, sería para ti la obra de un dios justo? Vamos, predicante, ofendes a tu dios presentándomelo de esta suerte; déjame negarlo del todo, pues si existe, lo ofendo mucho menos yo con mí incredulidad que tú con tus blasfemias. Retorna a la razón, predicante, tu Jesús no vale más que Mahoma. Mahoma no más que Moisés, y los tres no más que Confucio, que en cambio dictó algunos buenos principios mientras los otros tres desvariaban. "



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