Entre los creyentes (fragmento)V. S. Naipaul
Entre los creyentes (fragmento)

"Pero ¿no era ahí donde había comenzado el fracaso? ¿No habría sido mejor que se hubiera considerado la creación de Pakistán un logro político, unos cimientos sobre los que seguir construyendo, en lugar de una victoria de la fe, algo completo en sí mismo? ¿No era ese el defecto del discurso de Iqbal? «Una lección he aprendido de la historia de los musulmanes —dijo Iqbal al final de ese discurso—. En los momentos críticos de su historia es el islam el que ha salvado a los musulmanes y no al contrario.» ¿No habría sido mejor para los musulmanes confiar menos en la fe salvadora y pararse a madurar las instituciones con realismo? Al fin y al cabo, ¿no era esa una parte fundamental de la civilización, la transformación de los ideales éticos en instituciones?
El poeta no estaba de acuerdo. El sistema de gobierno musulmán debería haber surgido de un modo natural de la misma fe. El sentimiento de que Pakistán era Dios debería haber llevado el país a lo más alto.
Entonces, ¿qué había pasado?
Los hombres eran malos, dijo. No estaban a la altura de la fe.
En Pakistán casi siempre acababas así.
A última hora de la tarde, en una polvorienta aldea del interior de Sind, a más de ciento sesenta kilómetros al este de Karachi, conocí al maulana o profesor de una escuela teológica. Era una escuela célebre, pero por razones que no acabé de comprender se había deteriorado durante la época del señor Bhutto.
Los edificios de adobe, medio desmoronados, eran como los edificios de las aldeas, de los campesinos, sin la magnificencia de Qom: ni mesas de acero, ni teléfonos modernos, ni suelos enmoquetados. La casa de invitados era una pequeña choza de una sola habitación con un patio tapiado, todo de adobe y desnivelado, todo a punto de reducirse de nuevo a polvo. En la habitación había un ventilador en el techo, tres hamacas con ropa de cama enrollada, una hornacina con tres estantes y eso era todo. El suelo de ladrillo estaba sin alfombrar. Las puertas y ventanas en la parte delantera y trasera, de factura rústica, estaban abiertas al polvo. Estábamos cerca del río Indo, y las aguas freáticas que se filtraban irrigaban los sembrados y hacían que crecieran los árboles, pero todo parecía brotar del polvo.
La habitación del maulana se encontraba más retirada que la casa de invitados, pero no menos desnuda. El profesor estaba tumbado en su hamaca y se incorporó para hablar conmigo. Era un anciano aún vigoroso y nada afectuoso, y llevaba turbante y barba. En la penumbra de las últimas horas de la tarde, al poco aún más penumbrosa gracias a una bombilla muy débil, en el polvo y la desnudez de su escenario campesino le animaba una pasión religiosa que era malevolente; la pasión por la fe verdadera desembocaba, como fácilmente puede ocurrir, en la idea del islam en peligro, en la necesidad de la guerra santa, en la idea del enemigo. "



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