Monasterio Negro (fragmento)Aladár Kuncz
Monasterio Negro (fragmento)

"A menudo tendía a sentarme con los polacos. Conversábamos y ellos dibujaban mientras yo contemplaba el muro de piedra y escuchaba el sonido del agua bombeada. Pero ése no era mi principal pasatiempo. A la izquierda del muro divisaba la puerta colindante de una casa con balcón ajardinado. Una niña pequeña de alrededor de ocho o diez años acostumbraba a jugar por las tardes entre las macetas atestadas de flores, a la sombra de una enredadera de refulgentes hojas. Se entretenía en vestir a sus muñecas o bien hojeaba libros ilustrados o recortaba cosas con unas pequeñas tijeras. Tras el transcurso de algunos días adoptó la costumbre de saludarme con un asentimiento, e incluso algunas veces me sonreía. No era su amabilidad lo más importante sino el mero hecho de su presencia.
Rucki tenía la vitola de ser el más talentoso de los artistas polacos. Tanto en su faceta artística como en calidad de hombre, su vida había supuesto una continua búsqueda, había llevado una vida tormentosa en París y aún llevaba su huella en el prurito de sus nerviosos gestos, el modo en que arrastraba las palabras y el rictus de sus inquietos ojos. Returecki, el otro pintor, representaba su antónimo. Permanecía todo el día dibujando o mirando frente a sí, mientras su barba y su pelo se volvían tan voluminosos que amenazaban con extenderse hasta el suelo. Tenía justo ese perfil de tipo egipcio. De los tres artistas era sin duda el más inmaduro y el más joven. El tercero, Stornski, había estudiado escultura en París. No parecía en absoluto el típico artista. Su pelo rojo recortado, sus impertinentes y sus pantalones bombachos hacían que se pareciera más a un viajante comercial alemán. Su temperamento era más taciturno que el de sus compatriotas, pero su alemán era mucho más fluido que el de ellos. Returecki sólo era capaz de chapurrear apenas unas palabras en la lengua alemana, de modo que resultaba muy dificultoso mantener un intercambio de ideas con él. Rucki, en cambio, hablaba todos los idiomas posibles, incluso algo de húngaro, con fallos pero muy rápidamente.
No parecía muy justo que las autoridades francesas se aprovecharan de nuestra situación para tratar de persuadirnos de que nos uniéramos a la Legión Extranjera. Deberían haber sido conscientes de nuestra desidia, sojuzgados por la vida de molicie que llevábamos. Si bien es posible que cualquier hombre tuviera algo que ofrecer, ya sea odio o entusiasmo, en relación a los ideales de la guerra, nosotros nos vimos obligados a hacinarnos en un asqueroso refugio como las ratas de una embarcación a punto de naufragar.
No obstante, su forma de proceder es perfectamente comprensible, ya que consideraban los asuntos concernientes a su propia causa francesa como el epicentro de la humanidad. De ello derivó, consecuentemente, el alistamiento de alsacianos, germanos y de la membresía de la minoría austro-húngara. Ignoro lo que le sucedió a los hombres que se unieron a la causa, pero hasta nosotros llegaron noticias realmente espantosas.
Había un sacerdote alsaciano francés, que permanecía de pie en la tarima desde la que el comisariado galo había pronunciado sus mentiras cuidadosamente elaboradas y nos incitaba a traicionar a nuestros países. No es tarea propia de un pastor la de promover el reclutamiento.
Me ensimismaba observando los rostros de los hombres que habían sentido verdadera devoción por Francia con anterioridad al advenimiento de la conflagración. Toda vez que el canónigo terminó de declamar, se nos entregó una hoja de papel para aquéllos que quisieran formar parte de la Legión. Muchos de nosotros nos vimos en la tesitura de firmar simplemente porque queríamos cambiar de aires y ver in situ en la ciudad cómo se llevaba a cabo el susodicho proceso de inscripción; o bien porque estamos decididos a retener a los demás.
La marcha encaminada a la ciudad tuvo lugar el día postrero. Marchábamos en filas de a cuatro. Dos soldados desprovistos de rifles nos secundaban. Quiso el destino que recorriéramos el camino que un mes antes habíamos transitado desde la estación. Ahora las calles parecían muertas; una o dos ancianas quemadas por los inmisericordes rayos del sol permanecían al lado de la calle, mirándonos, e incluso un niño vestido de azul corrió a nuestro lado.
El reclutamiento tuvo lugar en los barracones. En el patio aledaño y en los vecinos jardines avistamos soldados heridos con los brazos vendados o provistos de muletas, sentados o deambulando de arriba a abajo. Nos contemplaban con rostros hieráticos.
De los húngaros, Mihály fue solo ante la comisión. En última instancia le llamamos y tratamos de convencerle de que no fuera. Arrastró pesadamente sus pasos, pero ignoró nuestra demanda. Nunca llegó a decir el motivo, pero probablemente fuera una chica francesa. Por supuesto, fue recibido con agrado. Entre los otros había un atractivo camarero alemán, probablemente en pos de su amante gala y también un tirolés de triste mirada, que nunca había disfrutado de una comida completa desde el día de su forzado internamiento.
Nos dejaron al día siguiente. Nadie los maldijo ni se despidió siquiera de ellos.
Nuestra suposición acerca de que nuestra estadía en Perigueux era temporal se confirmó poco después.
Tras transcurrir unas pocas jornadas fuimos informados de que debíamos estar prestos para movilizarnos. Supimos que viajaríamos en camiones de ganado y nos preparamos consecuentemente para ello.
Al alba del tres de octubre fuimos llamados a fila en el patio. No daba la impresión de que desde la llamada a enrolarnos fuéramos los voluntarios los únicos que quedábamos en Perigueux. Entre los que aún permanecíamos se encontraba el clérigo alsaciano, el camarero húngaro pelirrojo y otros muchos de los favorecidos, principalmente alsacianos alemanes con parentesco francés. El alemán barbudo y silencioso que una vez nos había proporcionado libros para leer se hallaba también en la retaguardia. Parece que tenía dos hijos en el ejército francés. Me dio un libro cuando se despidió de mí, remarcando con una amplia sonrisa que podría prestarlo si me parecía bien. "



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