Ensayo sobre el gusto (fragmento) Montesquieu
Ensayo sobre el gusto (fragmento)

"El alma ama la simetría, pero también ama los contrastes; esto exige no pocas explicaciones. Por ejemplo:
Si la naturaleza reclama, de las pinturas y las esculturas, que éstas introduzcan simetría en las partes de sus figuras, también pretende, por el contrario, que introduzcan contrastes en las actitudes. Un pie alineado igual que el otro, un miembro que va en la misma direc­ción que otro son insoportables; la razón para ello es que tal simetría hace que las actitudes sean casi siempre las mismas, como se ve en las figuras góticas, que se parecen todas en ese sentido. Así ya no hay variedad en las producciones del arte. Además, la naturaleza no nos ha colocado de ese modo; y así como ella nos ha dado movimiento, no nos ha ajus­tado, en nuestras acciones y en nuestras ma­neras, como si fuésemos pagodas. Y si los hombres incomodados y constreñidos de ese modo son insoportables, ¿qué será de las pro­ducciones del arte?
Hay que introducir contrastes, pues, en las actitudes; sobre todo en las obras de la escul­tura, que, fría por naturaleza, no puede agre­gar fuego sino por la fuerza del contraste y de la posición.
Pero, así como de la variedad que se ha buscado introducir en el gótico hemos dicho que le ha proporcionado uniformidad, con frecuencia ocurre que la variedad que se ha intentado introducir por medio de los con­trastes se ha tornado una simetría y una uniformidad viciosa.
Esto no se siente tan sólo en ciertas obras de la escultura y de la pintura, sino también en el estilo de algunos escritores, que en cada frase ponen siempre el comienzo en contraste con el final, por medio de continuas antítesis, a la manera de San Agustín y otros autores de la baja latinidad, y algunos de nuestros mo­dernos, como Saint-Evremond. El giro siempre repetido y uniforme de las frases desagrada en extremo; este perpetuo contraste se vuelve si­métrico, y tal oposición siempre rebuscada se convierte en uniformidad.
El espíritu encuentra en ello tan poca va­riedad que, cuando uno ha visto una parte de la frase, siempre puede adivinar la otra: uno ve palabras opuestas, pero opuestas de la misma manera; uno ve un giro en la frase, pero es siempre el mismo.
Muchos pintores han caído en el defecto de colocar contrastes por todas partes y sin concierto; de tal suerte que, cuando se ve una figura, se puede adivinar desde el primer mo­mento la disposición de las que la rodean: esta diversidad continua se convierte en algo seme­jante. Por otra parte, la naturaleza, que arroja las cosas en el desorden, no exhibe la afecta­ción de un contraste continuo; sin hablar de que no pone a todos los cuerpos en movi­miento, y en un movimiento forzado. Ella es más variada que eso; pone a unos en reposo, y da a los otros diferentes clases de movimientos.
Si la parte del alma que conoce ama la va­riedad, aquella que siente no la busca menos; pues el alma no puede tolerar por mucho tiem­po las mismas situaciones, porque está ligada a un cuerpo que no las puede soportar. Para que nuestra alma se vea excitada, es preciso que los espíritus se deslicen en los nervios. Y allí hay dos cosas: una lasitud en los nervios y una ce­sación por parte de los espíritus, que ya no se deslizan, o que se disipan de los lugares en los que se han deslizado.
Así, a la larga todo nos fatiga, y en especial los grandes placeres; siempre se los deja con la misma satisfacción con que se los ha tomado; pues las fibras que han sido sus órganos tienen necesidad de reposo; es preciso emplear otras más adecuadas para servirnos, y distribuir, por decirlo así, el trabajo.
Nuestra alma está cansada de sentir: pero no sentir es caer en un aniquilamiento que la aplasta. Todo se remedia variando sus modifi­caciones: ella siente, pero no se cansa. "



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