Memoria del vacío (fragmento)Marcello Fois
Memoria del vacío (fragmento)

"La quinta leyenda está escrita con sangre. Cuando parece que todo se ha resuelto, cuando se ha dicho lo que había que decir, cuando el punto de ruptura ha quedado definido, cuando el territorio ha sido delimitado. En Arzana se guarda un terrible silencio sobre la enemistad entre Manai y Stocchino. Si se habla de un asunto, quiere decir que aún queda algo por decir, pero si la gente deja de hablar de algo significa que las cosas han ido por mal camino.
De hecho, toda la quinta leyenda es una corriente de susurros. Nada está claro, pero todo tiene su razón de ser. Y la razón en esta ocasión se llama Mariangela. La han comprometido en matrimonio con el imbécil de Battista Manai y se ve obligada a esconderse. A Samuele eso lo desquicia y ella le implora que deje correr el asunto, porque no se va a casar con ese ni muerta.
Samuele no responde.
Como quiera que sea, a Battista Manai lo encuentran muerto al cabo de unos días. La quinta leyenda nos devuelve a la primera leyenda, en la que se rumorea que Samuele ha descuartizado el pecho de un hombre que rondaba a su mujer y se ha comido su corazón.
Pero nadie tiene tiempo de presentar acusaciones oficiales. La entrada de Italia en la Gran Guerra hace que vuelvan a llamar a filas a la jauría de perros sardos y entre ellos se encuentra el cabo Stocchino.
Esta vez lo destinan al Carso.
Mariangela posó su mano lívida sobre la colcha. En silencio, para no despertarlo. Sus dedos relucían por la palidez. Con una ligera presión de la palma de la mano recorrió la espalda de Samuele, hasta llegar a los hombros. La piel de él estaba cálida bajo la tela ruda de su camisa. Con un lamento de niño soñoliento Samuele sacudió la cabeza al sentir ese toque frío sobre su epidermis. Ahora ella le estaba acariciando la nuca recién afeitada, después el cuello desnudo, y bajaba los labios para echar sobre él su aliento. Mariangela tenía el corpiño desabrochado. Con un movimiento de torso Samuele ganó la posición supina, sin abrir los ojos. Liberó los brazos de la colcha y alcanzó los pechos de la mujer con las dos manos. Mientras iba a tientas, su respiración comenzaba a entrecortarse. Separó los labios, anhelando aquellos pechos, percibiendo en el aire su perfume. Solo entonces se hizo visible el rostro de la mujer. Tenía la piel marcada por las llagas, las cuencas de los ojos no eran más que dos pozos grasientos. Los labios parecían rasgaduras a golpe de cuchillo en la cara. Sobre los hombros, un inmenso tocado de corales. Se sentó en la cama con los párpados bien apretados. Mariangela articulaba palabras sin sonido en su garganta desgarrada. Con el corazón palpitando y la garganta seca Samuele estiró el brazo a su lado. Sintió una respiración regular de mujer. Aliviado, hundió las manos en el pelo negro corvino. "



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