El libro de la gramática interna (fragmento)David Grossman
El libro de la gramática interna (fragmento)

"Pero una vez, o puede que un par de veces, encontrándose los cuatro alrededor de la cama de la abuela calculando las horas del efecto de los calmantes, o comentando otra vez lo que había comido aquel día, la frecuencia de las deposiciones desde que habían empezado a dárselo todo triturado, o hablando del viernes, que era el día que pensaban cortarle las uñas de las manos y de los pies, de una pomada nueva que mamá había descubierto en sus incursiones a la tienda del farmacéutico rumano, o hablando del árabe de Abu-Gosh que les iba a encalar la casa porque todas las paredes tenían ya manchas de humedad y pronto tendrían la casa llena de gente que les iría a dar el pésame durante los siete días de duelo, una o dos veces sucedió que Aharon se sintió apartado de la paz que le producían todas aquellas palabras. Alzó entonces los ojos hacia sus padres y vio con gratitud su expresión seria, la gravedad con la que se planteaban una y otra vez las mismas preguntas, en las que los silenciosos suspiros las adornaban como una interminable elegía, y a su lado Yoji, igualmente entregada, que puede que amara a la abuela más que ninguno de ellos, pero que, como siempre, apenas hablaba, sino que escuchaba sin decir palabra, con aire inexpresivo, como si también allí estuviera aprendiendo algo muy valioso que algún día le sería de utilidad, grabando en su interior, como una antropóloga, muestras de aquella monótona conversación, que era casi una oración, acerca de la enfermera malvada que había cambiado para bien, acerca de los glóbulos blancos, de los impuestos de la seguridad social, de cómo, a veces, la abuela todavía dominaba los esfínteres, y una o dos veces sucedió que Aharon alzó los ojos, de pronto, y apreció por un momento en el rostro de Yoji cierta expresión que lo estremeció hasta la médula, la expresión de quien se ahoga de rabia, de quien revienta de odio.
Como si cargara con un peso enorme, Aharon subió de la sala de la caldera hacia casa, borrando toda expresión de su rostro para que mamá no lo notara. Hacía ya siete meses, por lo menos, que no visitaba a la abuela. Desde un poco antes de que papá y mamá se cansaran: como si hubiera notado de antemano lo que les estaba pasando, porque tenía mucho olfato para esas cosas, de modo que también él se había ido alejando. Ellos ni siquiera comprendieron que se habían cansado. Se limitaron a empezar a quejarse interiormente, y después también delante de él y de Yoji; una y otra vez decían con tristeza que no había esperanza, que aquello no iba ni para un lado ni para el otro, pero Aharon ya sabía que se habían cansado, y aun así callaba. Después empezaron a explicarle a la tía Gucha por teléfono, que de cualquier forma la abuela ya no sabía si estaba viva o muerta. De milagro respira. Si cuando se despierta no es más que para que le den otro somnífero. La verdad es que es relativamente joven, pero cuando te toca te toca. Te atrapa con las uñas y ya no te suelta. Antes de la Pascua hicieron una pequeña reforma, porque la casa ya parecía una ruina. Pintaron y cambiaron las cortinas y las alfombras, y compraron un nuevo aparador. Al principio habían pensado restaurar el viejo, pero el carpintero le encontró carcoma, y mamá, que estaba convencida de que la carcoma no la había llevado de casa sino que se le habría pegado de uno de los armarios del carpintero, juró que no volvería a meterlo en casa. También compraron una lámpara nueva, y todo eso los tuvo entretenidos durante unas cuantas semanas, meses enteros, de tienda en tienda, mirando, comparando, dudando noches enteras, de manera que no siempre quedaba tiempo para otras cosas. Mamá todavía iba de vez en cuando a darle de comer a la abuela, a cambiarla de postura en la cama y a untarle pomada en las llagas, pero cuando regresaba de allí ni siquiera contaba las novedades, y nadie le preguntaba. Porque, ¿qué novedades podía haber? Una vez mamá le confesó a Yoji que mientras atendía a la abuela se sinceraba con ella, con su cuerpo, como quien habla junto a una tumba, le dijo. Puede que yo también tenga que estar agonizante para que un día tú me hables así, reflexionó Yoji, pero poco a poco mamá dejó de ir, porque no era de hierro, y la abuela pareció quedar recubierta del polvo del olvido y del hastío. Al principio, a mamá todavía se le aceleraba el corazón cada vez que sonaba el teléfono, por si era del hospital para decirles que ya estaba, que se acabó, pero también eso se le pasó, al fin y al cabo la abuela no está en la calle, tiene su entorno, allí la cuidan muy bien, y a veces transcurría una semana sin que nadie en la casa nombrara a la abuela. "



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