La compasión difícil (fragmento)Chantal Maillard
La compasión difícil (fragmento)

"¿Es virtud creer?, preguntaba Voltaire en su Diccionario filosófico. Una de dos: o aquello en lo que crees te parece verdad, en cuyo caso no hay ningún mérito en creerlo, o te parece falso, y entonces es imposible que lo creas. Bertrand Russell se apropió la reflexión y la expuso con una ligera variante. No hay mérito en creer. No hay mérito alguno en creer algo que resulta verdadero, ni habrá mérito, por supuesto, en haber creído algo que resultase ser falso. La variación tiene su interés: Voltaire entendía que es imposible creer algo que nos parece falso, pero no contemplaba la posibilidad de que creamos algo que es falso sin saber que lo es. Y en esto consiste precisamente la creencia: en adherirse a algo sin tener de ello ni saber ni experiencia.
Una creencia es una opinión que ha creado adherencia. Hay dos tipos de opiniones: aquellas cuyas afirmaciones pueden ser contrastadas y las que no. De las que pueden ser contrastadas podemos averiguar si son verdaderas o falsas. Una vez contrastadas, tanto si el resultado las confirma como si no, dejan de ser opiniones. Si no pueden ser contrastadas es inútil sostenerlas.
Pero la voluntad es en extremo maleable y está dispuesta a adherirse a cualquier opinión, sea o no susceptible de ser verificada. Creer es un acto mental en el que la razón se utiliza de forma perniciosa a fines que no pertenecen al conocimiento sino a la voluntad, convirtiendo en verdades opiniones basadas en presupuestos arbitrarios y sin fundamento. Y es curioso que la palabra «fundamentalista» se emplee precisamente para designar a aquellos que abrazan una ideología carente de todo fundamento o cuyos fundamentos se hayan desarrollado ad hoc.
De la opinión que crea adherencias se dice que es convincente. Siempre hay una derrota en el convencimiento. Convertir a otro –(con)vencerle– aumenta las huestes del poderoso. Cuanto mayor sea el número de los (con)vencidos, más fuerte será su ejército.
Pero, como en la democracia, los muchos (casi) nunca piensan con razones sino por adhesiones. Los muchos –la mayoría– se mueven adheridos a ideas que a menudo se consolidan formando credos. Las ideas son la solidificación del pensar. Gobernar es fácil cuando el pensar se inmoviliza. Cuando, después de haber creado convenientemente al enemigo, un líder consigue que los pueblos sometidos se adhieran a una misma idea, su imperio está asegurado.
De todas las opiniones, la de la mayoría nunca es la más sabia. De todas las dictaduras, la de la mayoría es la más peligrosa. La democracia es la legitimación de la violencia que unos pocos ejercen al amparo de los muchos.
¿Qué mueve a la mayoría? Por lo general el hambre. La del cuerpo, primero; luego, la de la voluntad: el ansia de tener, el deseo de poder, la envidia: las formas de la violencia. La voz de todo ser vivo clama por su hambre. Nada hay que unifique mejor las voces disidentes que la necesidad de saciar el hambre del cuerpo. Pero, una vez satisfecha, la voluntad toma otras derivas y se diversifica en las distintas formas en las que el Hambre se manifiesta. De entre ellas, una de las más perniciosas es el deseo de eternidad que aviva las creencias. "



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