Darrell Markham (fragmento)Mary Elizabeth Braddon
Darrell Markham (fragmento)

"La estrella de Ringwood despidió durante algún tiempo más sus últimos y débiles resplandores en la metrópoli.
Su bolsa vacía, su salud perdida, le impidieron continuar haciendo la misma vida que antes, y comprendió que no tenía más remedio que retirarse a su antiguo castillo de Compton, con una vieja y dos labradores por criados.
Aquella anciana a la que Ringwood reservaba el papel de ama de gobierno hacía muchísimos años que vivía en el abandonado castillo.
Esta buena mujer llevó una vida regalada y tranquila mientras Ringwood gastaba la suya en las tabernas y garitos de Londres, así es que experimentó una desagradable sensación cuando un día nublado y triste de octubre vio aparecer en la solitaria avenida a su joven señor.
Ringwood, que sin duda no estaba de humor para andar con cumplimientos, entró por la puerta de servicio que daba a la cocina y una vez allí, y en pie ante la enorme chimenea, dijo bruscamente a la buena anciana que había vuelto para establecerse en el castillo.
Su llegada no produjo, por otra parte, casi ningún cambio en la marcha de la casa. Se estableció en el comedor, cuyas paredes estaban cubiertas de tallada encina desde el suelo hasta el techo, en el mismo sitio en que su padre había bebido y fumado tanto, preparándose de este modo para bajar al sepulcro, sin sacudidas ni emociones violentas.
Ordenó el aburrido joven que las dos ventanas únicas que se abriesen fuesen las de su cuarto, y resolvió no hacer ninguna visita a los antiguos conocidos que tenía entre los habitantes de Compton.
Estas sencillas gentes no sabían que Ringwood había malgastado su fortuna, y creyeron que era una excentricidad del joven aquella vida tan solitaria y triste.
Millicent veía en muy raras ocasiones a su hermano, pues solo de vez en cuando, cuando se dirigía a la posada del Oso Negro, estaba este en su casa, en la que permanecía pocos minutos para hablarle de lo sucedido en la ciudad, de las granjas o de algún tema de la vida ordinaria. Le disgustaba la compañía de su hermana, y, pasado un cuarto de hora, empezaba a bostezar, besaba a Millicent en la frente y, deseándole una buena noche, se retiraba para continuar el camino hacia el Oso Negro.
Antes de retirarse a Compton convino Ringwood con Darrell en que no diría ni una palabra a Millicent acerca del encuentro o aventura de la casa de Chelsea y del miserable capitán Duke convertido en criado de un bandido.
Los habitantes de Compton, a cuyo conocimiento llegara el encuentro de Darrell con el bandido en los campos y el de la señora Duke con el fantasma en el muelle de Marley, sostenían que el capitán de El Buitre tenía una doble existencia que le permitía manifestarse cuando quería a sus próximos parientes y que su aparición era una señal de desgracia o de pena para el mismo George Duke.
Añadían muy ufanos que en otros tiempos se había oído hablar de apariciones, y en ellas creían, a pesar de lo que decía el pastor, pues existían fantasmas a los cuales no bastaba todo el latín del anciano para hacerles volver al mar Rojo.
De este modo transcurrieron tranquilamente los años sin que ocurriese ningún cambio en el castillo, en la posada o en la tranquila casita en que Millicent pasaba sus días solitarios.
Durante los dos primeros años que siguieron a la llegada de Ringwood al castillo se creyó generalmente que el joven señor de Markham contraería matrimonio.
En los alrededores se consideraba al castillo y los dominios a él anejos uno de los señoríos más fértiles, y hubo alguna que otra hija de rico arrendador que se adornó con sus mejores galas pensando conquistar a Ringwood.
El corazón de este era, sin embargo, una de esas inexpugnables fortalezas difíciles de asaltar, pues que en ella tenía su asiento, ocupándolo casi todo, un egoísmo feroz, y su linfático temperamento no admitía ningún placer sencillo.
Al ver que con el cambio de vida su fortuna mejoraba, se apoderó de su fría y egoísta naturaleza un sentimiento muy semejante a la avaricia. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com