El archipiélago del perro (fragmento)Philippe Claudel
El archipiélago del perro (fragmento)

"El Maestro salió del despacho y cerró la puerta tras de sí con suavidad.
El Alcalde necesitaba tranquilidad. Y, extrañamente, se notaba tranquilo, él que siempre estaba tan nervioso. Tanto era así que hasta se preguntó si se habría muerto. Se llevó una mano al corazón. Seguía latiendo. Dejó la palma unos segundos sobre la tela de la camisa para notar los golpes, regulares, pero demasiado rápidos. Tuvo la sensación de que allí dentro, unos centímetros por debajo de la piel, había un animal cautivo.
Miró el reloj. Tenía una hora por delante antes de unirse a la cena de los pescadores en el puerto. En su calidad de patrón de pesca y alcalde no podía faltar. Una hora para encontrar la forma de volver a poner la bomba en las manos del iluminado que la había fabricado. Aquella bomba, u otra, claro. Después de todo, lo importante era impedir que el Maestro causara daños. El Alcalde presentía que si aquel exaltado alertaba a las autoridades, nada volvería a ser lo mismo en la isla, por no hablar del proyecto de las Termas, que se convertiría en papel mojado, en un sueño truncado. Ya no había tiempo para dudar sobre cómo hacerlo. Lo único que importaba era que debía ser eficaz. Había que neutralizarlo.
Los ojos del Alcalde se posaron en los vasos que habían contenido el anís. Ahora la mosca curiosa estaba tumbada en el fondo de uno de ellos, boca arriba, con las dos alas pegadas a las gotas de licor. Exhibía el abdomen, violáceo y repleto, y movía febrilmente una de las patas. Agonizaba. Y la pata se agitaba cada vez menos. El Alcalde no podía dejar de mirar la mosca. Instantes después dejó de moverse, quieta para siempre en su ataúd transparente, demasiado grande para ella. "



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